lunes, 19 de enero de 2009

Preguntita


Para que Lamas no se enoje

Me quedé estupefacto. Comencé el test psicométrico tranquilo. Primero porque ya he hecho varios, ya se sabe que aunque uno tenga el puesto asegurado, como en este caso, igual hay que hacerlo. Tal cual me lo dijo el vicepresidente de la empresa, un tipo de unos cincuenta años que a cada rato me trataba como si fuera su hijo, aunque yo tengo treinta y ocho, y mientras él hablaba muy amablemente yo pensaba en cuánto tiempo voy a conseguir su puesto, que fue una de las razones por las que acepté trabajar aquí. Y además, si uno no pelea para ganar no se gana nunca, y yo estoy acostumbrado a las dos cosas, pelear y ganar. “No se moleste, ya sabe que el puesto es suyo, pero igual es política de la empresa que todos tienen que hacer el test”, me explicó mientras me despedía, con palmadita en el hombro y todo. El muy baboso.
Así que me senté en una silla de Recursos Humanos, con una psicóloga enfrente, y empecé a contestar, hasta que llegué a esta pregunta. Alcé la vista, arqueé las cejas, que es muy típico en mí cuando algo me asombra, y claro, entonces ella también me miró. “¿Algún problema?”, preguntó con vocecita que no sé si era siempre así o porque sabía que estaba hablando con el desde el día siguiente gerente general. “¿Qué significa esto de ´dónde fue concebido´?”, le pregunté, ¿se refiere a dónde nací? No, en absoluto, contestó, nos da igual de cuál ciudad sea pero no dónde fue concebido, cada lugar habla mucho de un carácter, aunque no se le note.
Mi primer impulso fue mandarla al carajo, la psicología y los psicólogos me parecen una pérdida de tiempo total, eso está hecho para perdedores que tratan de ver si alguien les puede enderezar su vida, la que no pueden enderezar ellos mismo. Pero no sólo quedaba feo sino que además no me dio tiempo: “si quiere siga con las demás y mientras trata de acordarse, porque seguro sus padres alguna vez se lo contaron”, agregó.
No sólo mis padres no me lo contaron sino que además era imposible preguntarles porque ya murieron. Casi consecuentemente. Al pobre viejo le dio un infarto y mi mamá murió un mes después, siempre creí que de tristeza. Pocas veces conocí a una pareja tan enamorados como ellos. A mi padre le decían El Pulgón, porque era bastante bajo de estatura, y a mi madre La Araña, ya que siempre estaba pegado a él: no sólo trabajaban juntos en el mercado de La Merced sino que si el viejo iba al fútbol, ella también; si de tragos, con más razón porque le encantaban; a fiestas ni se diga, eran tan bailadores que sólo dejaban de moverse cuando la orquesta se iba.
De manera que decidí que la respuesta debería inventarla. La cama la deseché de inmediato, casi todo el mundo fue concebido ahí de manera que si ponía eso no me distinguiría en nada, ni de los pobres ni de los ricos. Y yo, modestia aparte, soy un tipo que se distingue: en el primer trabajo que tuve al graduarme, a los dos meses ya era jefe.
Ser concebido en un coche, ni soñarlo. No es sólo del vulgo hacer el amor ahí sino que es de lo más incómodo, cuando no es uno el que le clava una rodilla al otro es el otro el que se la clava a uno. Además es signo de que no se tiene un peso o, peor aún, de falta de imaginación para encontrar un lugar donde hacerlo más cómodo.
Lo de la playa es un cuento. Mucho romanticismo, mucho silencio con el único ruido de las olas, mucho mirar el celo estrellado, mucho hablar de la luna que nos espía pero el que está abajo se levanta para ir a hospital porque no sólo la arena está fría sino que además pica horrores y se te mete en los poros y uno se pregunta, para sí mismo, claro, cuándo va a acabar la que está arriba.
En una fiesta ni hablar porque uno, o los dos, están borrachos y corres el peligro de que a la mujer en vez de un gemido le salga vómito. O a uno mismo, para qué engañarnos. Además, ¿qué hijo puedes concebir si estás alcoholizado? Uno que cuando empiece a hablar en vez de decir ¡papá!, diga papaaaa, sin ningún entusiasmo. Vamos, un perdedor, para ser claros.
Además, pensé, está bien que me guíe por mi manera de pensar, pero en muchas cosas la de mis padres era otra. El viejo, por ejemplo, era un flor de tipo, pero estuvo cuarenta años en el mercado y con lo que se amaban capaz que me concibieron sobre un cajón de melones o uno de sandías, hasta rodeado de cucarachas: ¡imagínense que el gerente general, que si se le antojaba echaría a esa siniestra psicóloga a patadas, decía que fue en La Merced! No, impensable.
Hasta que de pronto encontré la respuesta. Sólo ellos, El Pulgón y La Araña, con lo que se querían, pudieron haberme concebido en ese lugar. Y claro que así me distinguiría, aunque fuera por mis padres y no por mí.
Y apunté “en la hoja de un jazmín”.

jueves, 8 de enero de 2009

Viajes inesperados

Esta vez no debía cometer errores. Don Jorge se lo había advertido y aunque no lo hubiera hecho estaba en juego su prestigio. Las dos primeras veces que estuvo en Guatemala Paco logró hacer un muy buen trabajo y los resultados fueron excelentes, logró que el Jefe le estuviera agradecido y en la segunda ocasión a los mil dólares prometidos por el encargo agregó otros quinientos. Pero la tercera niña fue un fracaso, nunca dejó de gritar y de llorar, a tal extremo que salvo alguno que otro los clientes ya no quisieron saber nada de usarla y hubo que revenderla. Fue a parar a Cancún, donde no sabía qué habrían hecho con ella, si simplemente la amordazaron, algo que él mismo le había sugerido a Don Jorge pero no quiso saber de nada, “a ver si se nos ahoga y tenemos pérdida total, mejor la vendemos”. Casi todas iban para Cancún cuando cumplían dieciocho años y Paco suponía que allí seguían trabajando, para los turistas o los lugareños. Al Jefe le gustaban bien jovencitas y no es sólo que así le gustasen, muy jóvenes se las pedían los clientes.
Llevaba recorridos cinco poblados guatemaltecos sin encontrar lo que buscaba. Estaba un poco cansado. Había salido hacía cuatro días de Tapachula, casi el extremo sur de México, cruzó la frontera y se internó primero en buenas carreteras, después en caminos de terracería y finalmente en estos de tierra, perdidos del mundo. Éste, un pueblucho de unas quinientas casas, a cual más miserable, era ya el décimo al que se asomaba y como en todos la llegada de un automóvil provocó alboroto. Los primeros en prestarle atención fueron los niños y después algunas mujeres, todas con sus habituales blusas mayas multicolores de fondo blanco y... no, aquí cura no puede haber así que mejor me pongo vivo que en una de esas sí la encuentro y sin tener que dar explicaciones a un sacerdote.
Entró en una casa en cuya puerta un cartel anunciaba “cerbeza fría”. Me la merezco. Y si no me la merezco es igual, la necesito. Quién sabe qué tiene este viaje que me está llevando tantos kilómetros y días. Parece que esta vez Dios no está de mi parte, como suele ser casi cada día. Pero bueno, el trabajo es el trabajo y al Jefe hay que cumplirle. Debí haberlo pensado antes, cuál fría si aquí no hay electricidad ni mucho menos fábrica de hielo, la deben haber enfriado un poco en algún arroyo cercano.
- Oiga doña, vengo de México y estoy en busca de una joven que quiera irse para allá y ayudar en la limpieza de mi casa. ¿Conoce a alguien que le pueda interesar que alguna de sus hijas venga conmigo?
- Puesss... la única que se me ocurre es Aurora, porque tiene un tendal de chamacos y algunos ya trabajan con ella y porque está sola, su marido se fue pa’l norte hace tres años y nunca volvió a saber ni una palabra de él.
- ¿Y dónde la encuentro?
- Ahora no está, se fue a trabajar su tierrita con dos de sus hijas, las mayores, pero ve aquella casa amarilla, ésa es la suya, cuando oscurece viene.
Caminemos, mientras, a ver qué se ve. Caminar por dónde si este pueblo se ve en menos de una hora. Menos mal que arreglé con la de la cerveza que me alquile una hamaca y me deje dormir en la noche pero creo que me voy a echar una siesta larga porque falta demasiado tiempo hasta que llegue la tal Aurora. ¿O me voy a otro poblado y regreso? No, no tengo ganas de chupar más tierra, ya bastante polvo tuve por hoy. Polvo, eso es lo que me hace falta echarme pero ya sé que no se puede, la que consiga va a pasar dos días enteritos, sus primeros dos días en Tapachula, con Don Jorge, que buen provecho les saca, el cabrón. El tercero va a ser con el de Migración, que es su manera de cobrarse los favores de dejarlas pasar sin problemas. Y recién después me tocará a mí, cuando ya empezaron a trabajar. Eso porque ahora vengo en plan de “sirvienta”, las dos veces que estuve en Honduras ejercí de novio. Lento el ligue, sobre todo con Pilar, que a sus catorce años estaba de lo más entusiasmada conmigo pero llevármela a la cama me demoró como una semana. Aunque bien valió la espera porque estaba fuertísima y no parecía que fuese la primera vez que tenía sexo, lo hizo con un entusiasmo y una habilidad que me dije Paco ahora sí que la hiciste, ésta va a dar dinero a raudales. Cuando llegamos a Tapachula y se enteró que de vivir juntos nada, que iba a trabajar en La Caverna, me quiso partir una botella por la cabeza pero finalmente se la aguantó, calladita, y Don Jorge, después de cogérsela de arriba a abajo sus consabidos dos días, hizo correr la voz de que “tenemos una fiera, una auténtica fiera, a ver quién puede con ella”. Además, los primeros tres meses le puso precio más alto que a las otras, después ya la puso a la par. Aunque esa chamaca algo se trae y una noche así se lo dije a Félix, el hombre de más confianza del Jefe, y a Eduardo, el que siempre cuida la puerta. Ninguno de los dos me hizo caso pero yo conozco esa mirada, es la de un jaguar cuando mira a su presa y espera para dar el salto y el zarpazo definitivo, así mira ella. Menos mal que Don Jorge tiene comprada a casi toda la policía porque si no fuera así seguro que un día se fuga y regresa a Honduras
Llevaba tres años trabajando en La Caverna, a la que había entrado para atender el mostrador. Doce mesas, todas para cuatro personas, la barra para servir tragos y al fondo un billar componían el antro, siempre un poco en la penumbra. Arriba estaban las habitaciones de las chavas, con ventanas enrejadas, muebles para sus ropas y lámparas, todo instalado por el Jefe y además cada una podía comprarse lo que quería. Alguna había puesto un póster de una virgen, otra de un cantante y una hasta un altarcito a la Virgen de Guadalupe. Aunque sólo duró tres meses atendiendo el bar. Una noche, un salvadoreño totalmente borracho empezó a intentar desnudar en el salón a una de las mujeres para cogérsela ahí mismo y Paco primero quiso calmarlo pero como el otro estaba a los gritos terminó dándole un golpe que le abrió la cabeza. Nunca supieron su nombre. Como era habitual en casos así lo cargaron en una de las camionetas y arrojaron el cadáver en la selva, cerca de la ribera del Usumacinta. La mañana siguiente el Jefe lo llamó a su oficina, lo felicitó, le regaló 2.000 pesos y le propuso-ordenó que se encargara de cuidar a las chavas. “Encantado, le contestó, porque me llevo bien con todas.” Don Jorge lo miró unos segundos con su frialdad habitual de cuando trabaja aunque finalmente sonrió, “ya veo, pero que te quede claro, no más de una por noche y cuando terminen de trabajar”.
Las chavas lo estimaban. Cuando iba a comprarles algo, porque jamás podían salir del antro, ellas le daban las indicaciones de qué querían, cómo y de cuál color cuando era ropa y en ocasiones las ayudaba a evitarles clientes cuando menstruaban. Se lo habían jurado y en los seis meses que estuvo en ese puesto le cumplieron, jamás dijeron una palabra a nadie de esa ayuda. Pese a ella podían tocarles varios por día pero no tantos como era lo habitual y se salvaban de menos veces por la boca o por atrás. Fuera de la que no dejaba de llorar y de gritar todas las otras que llevó habían resultados buenas, aguantadoras y calladas, se dejaban coger y, pese a que a cada cliente se le advertía que no lo hiciera porque se jugaba la vida, varias veces recibieron golpes. Cuando oían algún grito, él y Félix entraban en la habitación y a quien fuera lo sacaban a rastras o a hostias, “es mi mercancía y me la tienen que cuidar”, les había explicado Don Jorge, que llevaba doce de sus cuarenta y tres años explotando La Caverna. En cambio, ellos no recibían quejas cuando ni se enteraban porque la chava en vez de gritar se la aguantaba y no se daban cuenta hasta que la veían a la mañana siguiente con un ojo morado o un moretón en la frente, que luchaban para que desapareciese durante el día porque a Don Jorge no le gustaba nada que algún cliente no quisiera con ellas por verlas con marcas.
Hasta que una noche el Jefe lo llamó y con otro de sus pedidos que eran órdenes disimuladas y que ninguno se atrevía a no cumplir le dijo “te me vas a Guatemala, necesito una jovencita, ya sabes cómo son las que me gustan así que consíguete una así”. Cumplió. Le llevó a Margarita, que lloró amargamente cuando tuvo que irse de su poblado porque tenía novio y Paco estuvo delante cuando le dijo “no te olvides de mí porque pronto me vas a ver venir o te vas tú conmigo a Villahermosa”. Se reía por dentro. A lo mejor algún día vuelves pero seguro que va a pasar mucho tiempo y ya no te va a reconocer, además de que tu destino no es Villahermosa, pensaba. Mucho, mucho más le costó cumplir no hacer uso de ella en el viaje y tener que llevársela virgen al Jefe. A sus trece años Margarita era ya una mujercita hecha y derecha y cuando dejó de llorar, algo conversó con él, y hasta alguna vez sonrió, tuvo que hacer un esfuerzo para no detener el coche a un costado del camino y echarse un polvo, el mismo que también ahora tiene ganas.
¿Qué vamos a hacer aquí?, me preguntó cuando paré el coche frente a La Caverna. Tomarnos algo, que bastante calor hace. Era al mediodía, la hora en que hay muy poca gente y por el antro andaba sólo Lupe, que llevaba ya tres años ahí y estaba en el salón con un vestido muy corto y escotado. Eduardo, que me había visto llegar, le avisó al Jefe por el celular y diez minutos después Don Jorge cayó ahí, como siempre con un par de botones de su camisa desabrochados para darle salida a la panza. “Te felicito”, me dijo, puso de pie a Margarita, que tenía cara de no entender nada, le hizo dar una vuelta y después, sonriéndome y diciéndome probemos, le pasó una mano por el culo. La niña pegó un brinco hacia atrás pero el Jefe la atrajo hacia sí y “vente, que te vamos a estrenar”. Hasta casi ocho horas después la dejó salir de la habitación, para que comiera. Nunca se quejó, nunca me protestó por mis mentiras, nunca en este tiempo dejó de trabajar y habla poco, a lo mejor sigue pensando en su novio.

- Buenas tardes doña Aurora, mi nombre es Manuel Garmendia y estoy en busca de una joven, a lo mejor a usted le interesa que sea una de sus hijas, que se venga conmigo a México, a mi casa, donde están mi esposa y mis dos hijos, para ayudarnos con la limpieza.
La mujer lo miró de arriba a abajo, extrañada. Cuando se repuso de la sorpresa le hizo pasar y aseguró le serviría café. Apenas entrado, a una habitación grande con siete hamacas, una ventana a la calle y otra hacia atrás, donde supuso había un gallinero, y en un rincón un lugar para cocinar, Paco ya tenía hecha su elección. De las dos chamacas una es un poquito más alta que la otra, pensó, pero con una cara que no entusiasmaría ni al más necesitado. La más bajita tiene unos bonitos ojos pero más que eso una mirada muy viva, si tiene igual viveza para trabajar va a dar mucho de qué hablar.
Hizo las mismas promesas y las mismas descripciones de siempre, que sus hijos son un amor y su mujer muy dulce, que la casa no es grande y no sería mucho el trabajo, podríamos enseñarle a leer y escribir si es que no sabe, ¿no sabe?, con más razón entonces, va a estar muy a gusto y yo mismo me encargaré de que si quiere le mande dinero a usted, porque le vamos a pagar bien. Incluso, si lo desea, le puedo ya dejar 400 dólares a cuenta de lo que su hija va a ganar y además de lo que quiera gastar en ella usted va a recibir.
Doña Aurora no decía una palabra aunque Paco notó que abrió unos ojos enormes cuando escuchó 400 dólares. Lógico, pensó, nunca en su vida debe haber visto tanto dinero junto. La mujer miró a sus dos hijas mayores, que también habían escuchado el discurso. ¿Qué estará pensando, a cuál de las dos elegir?
- Mamá, yo quiero ir. Por favor, déjeme ir, dijo la de mirada vivaz.
- ¿Por qué, eh?, preguntó doña Aurora a la más rara de sus siete hijos, la que jamás se asustaba de nada.
- Déjeme hacer el viaje, quiero irme con el señor, por favor mamá, por favor. Angélica puede seguir ayudándole con la tierra y con los hermanitos, le prometo que cuando aprenda le voy a escribir, déjeme mamá, déjeme hacer este viaje.
- Pero hija...
- Por favor mamá, déjeme ir a este viaje. Le prometo que si me extraña le dice a doña Florinda que me escriba y yo me regreso pero déjeme ir, por favor. Voy a aprender a leer y a escribir, voy a aprender a trabajar, déjeme mamá, le prometo que no se va a arrepentir.
Menos mal que la entusiasmada es justo la que yo quería y parece que no me equivoqué porque la otra sigue con la misma cara de aburrida y no dice ni una palabra. La que no me gusta es la mirada de la madre, por lo menos es de duda si no es que no quiere saber de nada. Mire, doña Aurora, me imagino que es usted la que toma las decisiones más allá de lo que piense esta niña, que la oigo muy entusiasmada y le doy la razón, va a tener un cambio de vida muy fuerte, decía mientras pensaba vaya si soy cabrón, eso que ni duda te quepa, desde que te agarre el Jefe vas a ver cómo cambias. Si quiere, para que usted lo piense bien y lo converse con ella, cómo te llamas hija, Rocío, muy bonito nombre, bueno, para que lo conversen las dos y como además seguramente tiene que prepararles cena, ¿por qué no lo volvemos a hablar mañana? Si lo desea vengo aquí antes de que se vayan para el campo y si esta noche se pusieron de acuerdo o si usted ya tomó una resolución y Rocío va a venir conmigo, mañana mismo nos vamos.
La niña lo acompañó hasta la puerta y antes de despedirlo le preguntó si tenía fotos de su esposa y de sus hijos. De los niños no, saqué las que tenía en la billetera para poner nuevas pero me olvidé de hacerlo, le explicó. Ella es mi esposa, con quien más tiempo vas a estar, le dijo antes de dejarla. Sonreía. Si supiera a qué se dedica mi esposa.
Rocío se acostó cansada aunque feliz. Le llevó esfuerzo y tiempo convencer a su madre de que la dejara viajar y cuando dio su asentimiento corrió a abrazarla y besarla. Casi desnuda, acostada boca abajo en la hamaca, horas después gozó un sueño que nunca había tenido. Enfundada en un largo vestido blanco, entraba en la iglesia para dirigirse al altar y quien la entregaba ante su novio era el señor Manuel, con un traje negro y una corbata roja. El sacerdote oficiaba el sacramento aunque ella no podía quitar la vista de una escultura más atrás del párroco, de un jaguar que le sonreía.
Madrugué. Madrugar es un decir, si aún es de noche, y menos mal que la que me alquiló la hamaca cumplió en lo de despertarme, si yo normalmente a estas horas me acuesto, no me levanto, creo que ni en los siete años que hice de escuela me levanté tan temprano. Vamos a ver qué tiene para mí la tal Aurora, si a esa joyita o sacarme corriendo. ¿Qué habrán hablado, qué habrán decidido? Espero que la deje venir conmigo porque ya no quiero andar más por poblados como éste. La falta de luz hizo que no las viera hasta estar casi frente a la casa amarilla. Ahí estaban, paradas de espaldas a la puerta, las tres mujeres. Rocío con un bultito en las manos.
- Cuídemela mucho, señor, se lo pido por Dios. Es apenas una niña. Por favor, cuídela mucho.
- Se lo prometo, señora, se lo prometo, mi esposa y yo la vamos a tratar como si fuera nuestra hija, no tiene de qué preocuparse.
Ya había amanecido cuando nos marchamos porque antes de hacerlo fuimos a tomar un café con la que me alquiló la hamaca. Me daba cuenta, al principio, que me miraba, no sé si estudiándome o con curiosidad y cuando sacaba los ojos del camino para mirarla veía que sus ojitos, igual de vivaces que la primera vez que los vi, brillaban. Después, habló mucho, mucho rato. Estoy muy contenta señor Manuel, le prometo que voy a trabajar mucho y muy bien, que no va a tener ninguna queja de mí, muy pocas veces había salido de mi pueblo y ahora voy a hacer un viaje grande, estoy contentísima, siempre le voy a agradecer que me haya dado esta oportunidad, le prometo que no se va a arrepentir.
Yo manejaba. En silencio. Las otras veces había vuelto con inditas como son casi todas, calladas, temerosas, que no sacaban la vista del camino y bajaban los ojos si yo les decía algo. Ésta parecía un lorito, porque además me preguntaba qué me gustaba comer y que a ella le gusta cocinar pero sabe preparar pocas comidas “aunque si su esposa me enseña voy a aprender rápido” y sus hijos qué edad tienen y van a la escuela y con ellos voy a aprender a leer y a escribir o con la señora en serio que voy a tener una habitación para mí sola. Cuando preguntó eso di vuelta la cabeza para mirarla y pensé que si hubiera tenido tres o cuatro años más de los doce que tiene quizás me habría dado un beso. Yo nunca tuve hijos, que sepa, ni tampoco mujer con quien tenerlos, pero si los hubiera tenido me habría gustado que alguno de ellos me mirara con esa cara de asombro y de felicidad que tenía. Estaba contenta, eso ni que se diga, pero hubiera jurado que además de hacer el viaje lo de una habitación para ella solita fue lo que más feliz la tenía. Habitación para ella sola va a tener, pensé, lo que no imagina es para qué la va a usar y hubo algo, algo que empecé a sentir que no me gustó.
Varias horas después, ya cerca de la frontera, paré para que comiéramos. En realidad, en una hora o un poco más podría haber estado en La Caverna pero tenía calor, sed, hambre y ganas de... ¿ganas de no llegar, en qué estoy pensando? Se rió cuando me vio acabar la cerveza, ésa sí que estaba bien helada, casi sin sacarme, creo que fue una sola vez, la botella de la boca. ¿Siempre se toma así todo tan apurado? Eso le va a hacer mal al estómago. Ahí el que se rió fui yo, una enana de doce años dándome consejos, si supiera los campeonatos de tequila que había ganado con todas las copas, una tras otra, bebiéndomelas de un trago.
- ¿Dije algo malo?
- No, para nada.
- Ah, es que como se rió. ¿Su esposa no le dice eso, que no hay que tomar tan apurado?
- Nnnooo.
- Ah, pues yo sí se lo voy a decir si otra vez lo veo hacerlo, usted se tiene que cuidar. Si usted no se cuida, ¿quién me va a cuidar a mí?
Había pedido una carne que me la trajeron con frijoles y algo de verdura. Comí en silencio. Ella, con una blusa maya bordada seguramente por su madre y que debía ser la mejor que tenía, comía una arrachera, y le tuve que explicar qué era para que decidiera si la pedía, y tampoco por suerte dijo ni una sola palabra. No sé cuánto tiempo demoré pero fue entonces que lo pensé y lo resolví. Eso voy a hacer porque si no lo hago no podría soportarlo.
A la salida del restaurante lo llamé a Eduardo por el celular y le pedí que le avisara al Jefe “y dile que es sí o sí, que lo necesito”. Cuando cruzamos el puente que hace de frontera Rocío dio vuelta la cabeza para ver el Usumacinta, dijo que nunca había visto un río tan grande y me preguntó dónde termina. No sé, le respondí, termina, o empieza, en el mar. ¿Dónde vamos es cerca del mar? Sí, le dije, con mala cara porque no quería que siguiera hablando. Yo nunca lo vi pero dicen que es muy grande y bonito, agregó. Preferí no mirarla
Le di como siempre sus tres billetes al de Migración, entramos a Ciudad Hidalgo y empecé a avanzar lenta, muy lentamente, primero hacia Tapachula y después, cuando llegamos, hacia La Caverna. Mira Rocío, te voy a dejar en un lugar donde unos amigos se van a ocupar de cualquier cosa que necesites porque yo tengo algo que hacer por un rato y no puedes acompañarme. ¿Te parece? La dejé frente a la puerta justo cuando llegaba Don Jorge, que desde su camioneta me hizo seña con la cabeza de que aprobaba mi decisión. Seguí sin parar, nada más que para cargar gasolina, hasta San Cristóbal, la más bella ciudad del estado de Chiapas, y fui directo a la casa de Olga, la puta más y mejor puta de la ciudad pero que a mí, sólo a mí, no me cobra. “Véngase, mi prostituyente infantil, véngase con su hembra que la pusiste feliz con sólo haber aparecido, por qué traes esa cara, te corrió tu jefe o ya no se te para más.”
Estuve tres días encerrado con ella, salvo cuando se iba a trabajar, y con el alcohol, no recuerdo que alguna vez hubiera tomado tanto. No quise estar presente en los dos días del Jefe con Roció ni en el tercero con el de Migración. Que no sólo le corresponden las niñas el tercer día, se hincha los bolsillos con lo que les saca a los polleros que llevan a los centroamericanos hacia el norte o a Ciudad de México, que también está al norte pero norte es la frontera con Estados Unidos, para dejarlos circular. Ese sí es un viaje, más que el que tanto había ilusionado a Rocío, si yo a veces me canso de manejar tres horas qué será hacer más de 5.000 kilómetros metidos en camiones, a veces ocultos bajo la carga, sin comida, sin agua, sin aire, sin baño. Y todo el tiempo con el miedo de que los descubran y los deporten.
- Deberías dejar de hacer lo de las niñas, te conozco desde hace tres años y nunca te había visto así, siempre que viniste a mí era para la diversión, bueno, eso además de cogerse a esta belleza, y nunca te vi con esa cara.
- Si lo dejara de hacer tendría que irme de Chiapas, a otro estado, aquí el Jefe antes o después me va a encontrar y que me vaya no me lo va a perdonar. Nunca. Y ya sé cómo son sus venganzas.
- Oye Paco, ¿y si nos vamos juntos a algún lado?. Yo algo de dinero tengo guardado, ¿tú tienes? A mí me gustas mucho, siempre estoy esperando que me llames y cuando vienes me alegro no sabes cuánto. Además de cómo me haces disfrutar eres un amor.
Me hice el desentendido. No porque no me guste, Olga, a cada quien lo suyo, es una muy buena hembra, no sólo cogiendo, no sé si no lo será con todos pero al menos conmigo es muy cariñosa, baila de maravilla y cocina muy bien. ¿Qué más se podría pedir? Tenía que volver. ¿A qué? ¿A ver la cara de Rocío cuando ya se hubiera dado cuenta que en vez de aprender a leer y a escribir lo único que iba a aprender es a tener sexo, a que el Jefe me felicite y me diera más dinero del prometido? ¿A que la próxima vez eligiera a una callada y sin ojos que brillen? Mira Olga, déjame pensarlo, no te digo ni que no ni que sí. Pero ahora tengo que volver, no puedo desaparecer así nomás como si me hubiera tragado la tierra. Voy a pensar lo que me dijiste, de que deje de hacerlo, pero sabes qué, esta es mi vida, no sé hacer otra. Te prometo que en unos días te llamo y lo hablamos, ándale no te pongas así, qué te gustaría, que viniera, te raptara y nos fugáramos los dos, bueno, a lo mejor lo hago, eso, sonríe, que así en la carretera me voy a acordar de tu sonrisa.

- Hiciste muy bien en tomarte unos días de descanso, te los merecías. La que trajiste es una maravilla pero tengo dudas de si va a resultar o no. Desde la primera vez que me la cogí no ha dicho una palabra. Antes sí, gritaba por ti, preguntaba por qué la habías dejado aquí y por supuesto las primeras veces le dolió pero no tuvo ni un quejido ni nunca más volvió a abrir la boca. Anoche, cuando Chucho, el de Migración, la trajo, me dijo lo mismo, que está buenísima pero que parece muda. Hoy preferí darle descanso y que empiece a trabajar mañana, le pedí a Pilar que hable con ella y también que le enseñe algunas cosas, pero ya que viniste el que podría hablar con ella eres tú, porque te juro, cuando se dio cuenta de cómo venía la mano quería correr hacia la puerta y no dejaba de gritar “¡¡¡señor Manueeeel!!! ¡¡¡Señor Manueeeel!!!”
- Jefe, siempre he cumplido sus órdenes y sus deseos, pero esta vez le pido, por favor, no me encargue eso. Si Pilar no la cambia después usted verá qué hace con ella, pero una vez más, no me pida que yo hable con Rocío.
- Está bien, retiro la proposición. Si quieres, este martes ve a tu casa y en lo que queda del día arregla tus cosas que después de tanto tiempo fuera tendrás mucho para hacer. Sí quiero decirte que fue una muy buena elección, que estoy más que satisfecho contigo y que seguramente antes o después Rocío va a trabajar mucho y muy bien. Vi también que sigues usando el falso nombre de Manuel. Y entre nosotros, ésta que trajiste tiene un culito delicioso.


- Mira Rocío, yo en esta película soy de los buenos, igual que tú. A mí Paco me la hizo peor que a ti, yo llegué aquí enamorada de él, creyendo que íbamos a vivir juntos y mira cómo y dónde estoy. Por favor háblame, dime algo, lo que sea.
La niña seguía sin hablar y Pilar comenzaba a desesperarse. En parte le daba pena verla así pero sabía que tenía que iniciar el trabajo y si no lograba que hablara Rocío iba a recibir golpes. Se preguntó de cuál poblado vendría y si no se habría equivocado al hablar de una película porque quizás ni sabría qué era eso.
- Rocío, por favor, dime algo,
- Yo... yo...
- ¿Qué, qué?
- Yo creí en él. Me mostró una foto de su esposa
- ¿Paco? ¿Esposa? No, linda, será la de alguna como nosotras.
- Como nosotras no, yo no soy así.
- Pues vas a tener que serlo.
- No.
- ¿Y qué vas a hacer? ¿O acaso crees que a alguna nos gusta? No hay de otra.
- No.
- No seas terca, déjame que te explique algunas cosas que fue lo que me pidió el Jefe
- No. Una vez, cuando yo tenía ocho años, volvía con mi papá del campo y se me cruzó una serpiente, grande. Nos quedamos mirándonos las dos, fijamente, sin movernos, con ella sacando su diente. Así estuvimos hasta que mi papá escuchó el ruido que hacen, volvió corriendo y la partió en dos de un machetazo. Me besó y me dijo así hay que ser, ni asustarse ni rendirse.
Pilar la miró y le sonrió. Se sentó a su lado y la abrazó. Acarició el cabello de la niña y le susurró tú eres de las mías, esto que te voy a decir no se lo he dicho a nadie, ya tengo visto cómo escapar de aquí, sólo me falta conseguir algo que hasta ahora no he podido, un desarmador y una soga, sé fuerte, así como tu papá quiso que seas, ten paciencia, te prometo que un día las dos lo vamos a hacer, yo no sé dónde voy a ir pero tú podrás volver con tu familia.
Rocío se apartó y la estudió. Sólo dijo no y comenzó a llorar.

En mi casa no había gran cosa para hacer. Tenía una mujer que dos veces por semana la limpiaba, me lavaba y me planchaba la ropa y además no quería estar solo. Así que me fui a El Tropezón y seguí tomando como si fuera la última vez que pudiera hacerlo. Pero no tuve en cuenta que el estómago lo tenía revuelto, esos gritos de Rocío que me contó el Jefe me habían dejado mal y yo, nada menos que yo, el que tiene fama de aguantar más alcohol que nadie, terminé vomitando en el baño. Cuando volví al salón un cabrón se burló de mi cara, que seguramente tenía razón y debía estar mal, pero que no se le va a olvidar porque le di varios golpes y hubiera seguido pero los de seguridad, que me conocían, nos separaron y lograron que me calmara y me fuera.



Como cada mañana, a las diez en punto, doña Catalina, la mujer que hacía la limpieza en La Caverna, empezó a despertar el miércoles a las “muchachas”, como las llamaba. Debían desayunar, tomar un baño, vestirse y prepararse porque al mediodía empezaba el trabajo. Con todas, cada día, el rito era igual: abrir un poco la puerta, dirigir su mirada a la cama junto con un “buenos días hija, ya es tu hora”. Alguna que otra ya estaba despierta y le respondía el saludo, casi todas dormían y se quejaban de ser despertadas. Al ver que Rocío estaba envuelta totalmente en las sábanas y no le hablaba ni se movía, dudó si dejar que durmiera o sacudirla para que se pusiese en pie. Optó por darle unos minutos más de tiempo y se dirigió a la siguiente puerta, lamentando, como cada vez que llegaba una nueva, el destino que aguardaba a las niñas. Pilar no sólo estaba despierta sino también vestida. Buenos días, doña Cata, le respondió, ¿cómo está Rocío? Supongo que durmiendo porque no se movió cuando abrí la puerta y la saludé, así que vine a despertarte a ti y a las demás para dejarla seguir durmiendo, ¿qué te pasa, por qué tienes esa mirada? Me asustas.
Pilar, seguida por doña Catalina, corrió a la habitación de Rocío, y cuando la destapó su grito estremeció al antro: dormida estaba una ancianita, con el rostro inundado de arrugas y el cabello totalmente canoso.