lunes, 19 de enero de 2009

Preguntita


Para que Lamas no se enoje

Me quedé estupefacto. Comencé el test psicométrico tranquilo. Primero porque ya he hecho varios, ya se sabe que aunque uno tenga el puesto asegurado, como en este caso, igual hay que hacerlo. Tal cual me lo dijo el vicepresidente de la empresa, un tipo de unos cincuenta años que a cada rato me trataba como si fuera su hijo, aunque yo tengo treinta y ocho, y mientras él hablaba muy amablemente yo pensaba en cuánto tiempo voy a conseguir su puesto, que fue una de las razones por las que acepté trabajar aquí. Y además, si uno no pelea para ganar no se gana nunca, y yo estoy acostumbrado a las dos cosas, pelear y ganar. “No se moleste, ya sabe que el puesto es suyo, pero igual es política de la empresa que todos tienen que hacer el test”, me explicó mientras me despedía, con palmadita en el hombro y todo. El muy baboso.
Así que me senté en una silla de Recursos Humanos, con una psicóloga enfrente, y empecé a contestar, hasta que llegué a esta pregunta. Alcé la vista, arqueé las cejas, que es muy típico en mí cuando algo me asombra, y claro, entonces ella también me miró. “¿Algún problema?”, preguntó con vocecita que no sé si era siempre así o porque sabía que estaba hablando con el desde el día siguiente gerente general. “¿Qué significa esto de ´dónde fue concebido´?”, le pregunté, ¿se refiere a dónde nací? No, en absoluto, contestó, nos da igual de cuál ciudad sea pero no dónde fue concebido, cada lugar habla mucho de un carácter, aunque no se le note.
Mi primer impulso fue mandarla al carajo, la psicología y los psicólogos me parecen una pérdida de tiempo total, eso está hecho para perdedores que tratan de ver si alguien les puede enderezar su vida, la que no pueden enderezar ellos mismo. Pero no sólo quedaba feo sino que además no me dio tiempo: “si quiere siga con las demás y mientras trata de acordarse, porque seguro sus padres alguna vez se lo contaron”, agregó.
No sólo mis padres no me lo contaron sino que además era imposible preguntarles porque ya murieron. Casi consecuentemente. Al pobre viejo le dio un infarto y mi mamá murió un mes después, siempre creí que de tristeza. Pocas veces conocí a una pareja tan enamorados como ellos. A mi padre le decían El Pulgón, porque era bastante bajo de estatura, y a mi madre La Araña, ya que siempre estaba pegado a él: no sólo trabajaban juntos en el mercado de La Merced sino que si el viejo iba al fútbol, ella también; si de tragos, con más razón porque le encantaban; a fiestas ni se diga, eran tan bailadores que sólo dejaban de moverse cuando la orquesta se iba.
De manera que decidí que la respuesta debería inventarla. La cama la deseché de inmediato, casi todo el mundo fue concebido ahí de manera que si ponía eso no me distinguiría en nada, ni de los pobres ni de los ricos. Y yo, modestia aparte, soy un tipo que se distingue: en el primer trabajo que tuve al graduarme, a los dos meses ya era jefe.
Ser concebido en un coche, ni soñarlo. No es sólo del vulgo hacer el amor ahí sino que es de lo más incómodo, cuando no es uno el que le clava una rodilla al otro es el otro el que se la clava a uno. Además es signo de que no se tiene un peso o, peor aún, de falta de imaginación para encontrar un lugar donde hacerlo más cómodo.
Lo de la playa es un cuento. Mucho romanticismo, mucho silencio con el único ruido de las olas, mucho mirar el celo estrellado, mucho hablar de la luna que nos espía pero el que está abajo se levanta para ir a hospital porque no sólo la arena está fría sino que además pica horrores y se te mete en los poros y uno se pregunta, para sí mismo, claro, cuándo va a acabar la que está arriba.
En una fiesta ni hablar porque uno, o los dos, están borrachos y corres el peligro de que a la mujer en vez de un gemido le salga vómito. O a uno mismo, para qué engañarnos. Además, ¿qué hijo puedes concebir si estás alcoholizado? Uno que cuando empiece a hablar en vez de decir ¡papá!, diga papaaaa, sin ningún entusiasmo. Vamos, un perdedor, para ser claros.
Además, pensé, está bien que me guíe por mi manera de pensar, pero en muchas cosas la de mis padres era otra. El viejo, por ejemplo, era un flor de tipo, pero estuvo cuarenta años en el mercado y con lo que se amaban capaz que me concibieron sobre un cajón de melones o uno de sandías, hasta rodeado de cucarachas: ¡imagínense que el gerente general, que si se le antojaba echaría a esa siniestra psicóloga a patadas, decía que fue en La Merced! No, impensable.
Hasta que de pronto encontré la respuesta. Sólo ellos, El Pulgón y La Araña, con lo que se querían, pudieron haberme concebido en ese lugar. Y claro que así me distinguiría, aunque fuera por mis padres y no por mí.
Y apunté “en la hoja de un jazmín”.

No hay comentarios: