martes, 11 de noviembre de 2008

Boda memorable


Ahí estaba yo que, modestia aparte, parecía un maniquí. Bien bañado, rasurado y peinado, enfundado en un esmoquin para ser testigo de la boda de mi hermano menor. Él de veintitrés y yo de veinticinco habíamos tenido suficiente tiempo en nuestras vidas para hablar de religión y me enfurecí cuando me enteré que se casaría por la Iglesia católica. Reñimos y refunfuñé hasta que entendí que me equivocaba: a él le daba igual pero a su novia no, así que quiso darle el gusto. Que me designara padrino me gustó. Pero le puse una condición: primero quería conocer al sacerdote que los iba a casar.
Apenas lo pude hacer en el ensayo. El viejito parecía agradable y vaya uno a saber cuántas bodas habría hecho en su vida. Me miró con desconfianza cuando le dije debíamos platicar... y más aún cuando agregué porque depende de lo que hablemos que sea o no testigo. Me hizo pasar a su oficina y que nos sirvieran café.
Mire, le dije, quiero que cambie algunas de sus palabras. Empezamos mal, pensé, porque dijo eso no se puede hacer... y lo interrumpí cuando supuse iba a decir hijo. Veo que usted es un cerrado porque ni siquiera quiso saber cuáles quiero cambiar. Tienes razón, reconoció, a ver, ¿cuáles son? Eso de “hasta que la muerte los separe”. Pero, ¿por qué? Porque hablar de muerte en una boda me parece horrible, traer a la parca cuando ellos están empezando a vivir, ¿por qué mejor no dice “mientras vivan juntos”?
El hombre reclinó hacia atrás su silla, sonrió y dijo nunca nadie me había planteado algo así, aunque debo reconocer que algo de razón tienes, ¿eso es todo? Vivo el cura, me dio la razón en una para que no siguiera, pero ya que metí un gol dije podemos hacer otro. ¿Usted fue siempre muy devoto? Sí, claro. No, claro nada, hay algunos que ejercen sólo por cobrar un sueldo. Oye, no te voy a permitir que hables mal de otros sacerdotes. En eso tiene razón, no hablo mal de otros, hablo mal de todos, aunque usted empezó a ser la excepción que confirma la regla. Las reglas no tienen excepciones, si las tuvieran no serían reglas, respondió.
Ahí sí me reí y pensé con éste se puede no sólo hablar sino también negociar. Mire, padre, si usted es muy devoto, y aunque no lo fuera, debe conocer de memoria los Diez Mandamientos y no quiero entrar en discusiones religiosas o filosóficas, pero ¿nunca se le ocurrió pensar por qué están llenos de prohibiciones? ¿Por qué no hay uno que diga “trata de ser feliz cada día de tu vida”?
Haces buenas preguntas, pero están fuera de contexto. Fueron dictados porque en aquel entonces hacían falta normas de vida, por ejemplo la de no robar. ¿Y usted cree que alguien le hizo caso a la de no desearás a la mujer de tu prójimo? Vamos, padre, si alguien lo hizo, o lo hace, es porque la mujer del prójimo parece que todos los días se vistiera para Halloween.
Yo no estaba muy seguro de qué pensaría el cura de lo que íbamos hablando, pero cuando lo vi reírse tanto que casi voltea la taza de café, pensé vamos bien. Así que ahí lancé el último penal: “¿por qué no saca también eso de ser fieles, si la mitad del mundo no lo es?”
Ah, no, eso sí que no, el Señor nos prohibió la promiscuidad y no ser fieles contribuye a ello. Lo de que mientras vivan juntos podría ser, tengo que pensarlo, pero que no hable de la fidelidad, olvídalo. Y te sugiero que no sigas, porque no me vas a convencer.
Decididamente, había mandado la pelota a la tribuna.
Bueno, de acuerdo, ésa puedo dejarla pasar, al fin y al cabo es problema de ellos si lo son o no, cada uno hace con sus órganos genitales lo que le da la gana.
¡Hijo!
Bueno, dejémoslo así, que bastante me cuesta entender cómo puede hablar del amor alguien que nunca ha amado. En fin, no es una amenaza, pero si le oigo hablar de hasta que la muerte los separe doy media vuelta y me voy.
Así que estaba parado, impecable, como ya dije, esperando que empezara la ceremonia y preguntándome qué diría el cura y si yo cumpliría mi promesa de irme. De mi padre podría esperar alguna sonrisa, pero de mi madre, cuan enérgica y devota es, suponía me agarraría de un brazo y me arrastraría de vuelta al lugar del que me iría.
Entró mi a punto de ser cuñada, del brazo de su padre, se la entregó como corresponde a mi hermano y el cura hizo sentar a los invitados. Yo he tenido varias novias, supongo que como todos. A algunas las dejé yo y otras me dejaron a mí. De éstas últimas, hubo una que me dolió mucho, yo estaba muy enamorado y me llevó meses recomponerme. Nuestra última conversación empezó y terminó con dos frases célebres: la primera, “tenemos que hablar” y la última “tú no me entiendes”, a la que después de unos segundos agregó “sólo piensas en ti”.
El cura dijo lo de mientras vivan juntos pero antes habló durante unos quince minutos. Cuando terminó vi que más de una mujer lagrimeaba. Yo no, aunque debería confesar que tenía los susodichos en la garganta. Yo pensaba en por qué no tuve un padre que me hablara así y me explicara no sé si qué es una pareja, pero aunque sea, qué es ser compañeros y cómo el amor debe expresarse diariamente..

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