martes, 16 de septiembre de 2008

Historia sin palabras

Me llamó la atención ver a varias personas haciendo un círculo y tuve curiosidad sobre qué veían. Suelo pasar por esa esquina, bastante transitada a casi todas horas del día, y generalmente lo hago apurado para no llegar tarde a trabajar. Esa mañana, en cambio, iba bien de tiempo. Con la circulación infernal que tiene la ciudad de México es casi imposible determinar cuánto va a demorar uno en llegar de un punto a otro. Eso, sin contar que dado el brutal nivel de violencia cualquier cosa puede pasarte en el camino: uno sabe que sale pero ni cuándo llega ni siquiera si va a llegar.
Así que me asomé por sobre la cabeza de una señora muy bajita y lo que vi me sorprendió. Una niña, calculé que de unos diez años, sentada en el suelo, con ropa y aspecto de indígena, hablando mientras los del círculo la escuchaban atentamente. Yo hice lo mismo aunque un par de minutos porque terminó de contar su historia. Varios se inclinaron hacia ella y le dieron monedas y alguien hasta un billete de veinte pesos. La niña dijo gracias, se puso de pie, inclinó la cabeza, como si fuera china o japonesa, y se marchó rápidamente.
Yo no le di nada. Nunca pude determinar de dónde proviene mi hábito de no dar limosnas aunque, pensé después, lo de la chica más bien parecía un trabajo, algo había contado para que su público le diera dinero. Me arrepentí de no haberlo hecho. Pese a que sólo escuché el final de la historia, bien valía que se ganara la vida así.
Al día siguiente fui más temprano que otras veces. Ahí estaba, sentadita, con una blusa multicolor que, por lo poco que sé distinguir, me pareció oaxaqueña. Una mujer le había llevado una pequeña bolsa con frutas y poco después de mi llegada la niña comenzó a hablar. Contó una historia zapoteca. La voy a sintetizar. Era sobre un dios que se enamoraba de una joven casada así que decidió eliminar al marido para quedarse con ella. Provocó tal tormenta en el mar que el barco en que el hombre pescaba se hundió y cuando, triunfalmente, bajó a la tierra en busca de la muchacha, vio que se había ahogado en sus lágrimas.
La gente le aplaudió, se repitió la escena de las monedas y algún que otro billete y esa vez me incluí entre quienes les dieron dinero. Le pregunté su nombre pero ella se fue tan rápido que no supe si no me oyó, no quiso contestarme o a lo mejor hasta temor le produje.
“Está ahí todas las mañanas, nadie sabe de dónde viene ni hacia dónde va, sólo que cuenta historias conmovedoras: a mí, al menos, una vez me hizo lagrimear”, me explicó una compañera de trabajo cuando le pregunté si alguna vez la había visto.
A la mañana siguiente fui el primero en llegar. Cuando le pregunté por qué contaba historias, si era para ganar dinero, me dijo que sí, que vivía de lo que la gente le daba, aunque agregó, más o menos, que “las historias son para contarse, si una no lo hace se las lleva el viento y éste es muy malo, puede dispersarlas y después no sabemos dónde quedaron las palabras, y lo peor que nos puede pasar a alguien es el silencio”.
Así, mañana tras mañana, oíamos una leyenda, a cual más bonita cada una, a veces de dioses, otras de amor y también de guerras o la ilusión que da sembrar la tierra para esperar su fruto. Una de ellas logré que me dijera su nombre, Nayeli, y su edad, diez años.
Hasta que desapareció. Durante dos o tres días sus oyentes habituales la esperamos, conversando entre nosotros y preguntándonos si habría cambiado de esquina, si quizás regresó a su tierra o que habría sido de ella.
Me la encontré una tarde, meses después, casi al crepúsculo, muy lejos de donde nos deleitaba. Alcancé a tomarla de un brazo cuando vi que iba a empezar a correr. ¿Qué te pasó Nayeli, por qué dejaste de ir a contarnos historias?, le pregunté. Porque no quiero contar la última que sé, la de la niña que volvieron prostituta.

1 comentario:

Lamas dijo...

He pasado unas largas vacaciones que, lejos de cargarme las pilas me han dejado igual que estaba, quizá un poco más decepcionada conmigomisma que antes... El caso es que la desconexión ha sido tal, que ni internet he tenido, así que recién vuelvo a leerte. Ya solo me queda medio mes de agosto y estaré al día con tu blog. Me gustan tus historias, me engancha la sensación de predecir que en cualquier momento el argumento hará un quiebro o el final me sorprenderá.

Un saludo!!