domingo, 28 de septiembre de 2008

Cuentos de las Lomas


Supe que era una persona muy especial desde la primera vez que hablé con ella. Por teléfono. Me llamó, se identificó como Catalina López Zarza y dijo “desde el jueves voy a empezar en el taller literario que usted dirige”. Ni siquiera preguntó si estaba de acuerdo. Quedamos en vernos esa tarde en una cafetería, en Polanco, pero no cualquier cafetería, en Gino´s, fue la primera que hubo en la zona, cuando yo era adolescente y casi no había en la ciudad lugares que sirvieran café exprés. Vivía cerca y varias mañanas iba a tomar uno y a leer alguna revista o a perder el tiempo. Años después me enteré era el lugar preferido de muchas señoras de por allí que no sólo iban a chismear, como creía, sino a ver si ligaban a algún joven. Conmigo, al menos, ninguna lo intentó.
Me impresionó cuando la vi. Rondaba los cuarenta –luego sabría que tenía cuarenta y dos, tres más que yo-, era una mujer bella y distinguida, como una auténtica reina, porque llamarla princesa con esa edad sería decir que era solterona. Para moverse, al hablar, en la forma de vestir, la altivez para tratar a los demás e incluso en su fino humor. Valga un ejemplo de esa forma de ser: cuando nos despedimos me dijo hace ya quince minutos que debería estar en mi casa, de manera que le sugerí se fuera corriendo. Yo no corro, me apresuro, exclamó con una mirada que no supe si era de desdén, de ironía o de ternura.
Elegí su taller, me explicó esa tarde, porque hace años que forma a la gente en la redacción de cuentos y yo quiero ver qué opinan de tres o cuatro que ya tengo escritos y sobre todo aprender cómo hacer los que he pensado escribir. Mientras hablaba me pareció que iba a ser un personaje muy distinto a los que en ese momento eran mis alumnos, casi todos jóvenes y algún que otro adulto que se acordó tarde de iniciarse en la literatura, pero no sólo creí que esa diferencia le haría bien al grupo sino que además ella me atraía, nunca había estado cerca de “una señora de las Lomas”, como se definió, y además me propuse darme cuenta si esa altivez era diaria, permanente, o una pose que adoptaba conmigo.
¿Y qué temas ha tocado en sus cuentos?, pregunté. De lo que más sé, de las mujeres como yo. ¿En qué sentido mujeres como usted? Sonrió y contestó ya se lo dije, las señoras de las Lomas, va a ver que casi todos son de anécdotas o historias de personas similares a mí, nada más que ellas las cuentan y yo las comencé a escribir.
Esa noche pensé bastante en ella. La mujer era –supuse seguiría siendo dos horas después de que nos vimos- bonita, con unos ojos cafés muy vivaces, brazos delgados y dedos largos, muy simpática cuando sonreía y además al hacerlo se le formaban un hoyuelo en cada mejilla. También pensé que un no sé qué, algo, tenía distinto a las de su círculo social porque es verdad que en ocasiones ni saben qué hacer con su tiempo pero no supe de ninguna que quisiese escribir y menos aún con oyentes. Porque ya había tenido varios alumnos que la primera vez que debieron leer ante los demás sus cuentos se avergonzaban. Veremos cómo se comporta. Si es que viene.
La primera sesión a la que asistió fue una auténtica revolución. Saludó a todos y cada uno de mano, con un aire de superioridad no disimulado, depositó en la mesa las pastitas que trajo –y comprobaríamos eran deliciosas-, se sentó, cruzó las piernas y vi que no hubo nadie que no dejara de observar su ropa, calzado, cartera y cuanto tenía y, supuse, porque de eso no sé nada, debían ser de marcas exclusivas y de la mejor calidad. De lo que sí sé, piernas, vi que eran como a mí me gustan, bien torneadas. Contra lo que imaginé, sus comentarios y observaciones sobre los cuentos que leyeron los demás fueron muy pero muy acertados. Cuando leyó el suyo no podíamos contener la risa. Contaba los desvelos de una madre millonaria porque su hija, de veinte años, fue ferviente partidaria de Andrés Manuel López Obrador, iba a sus mítines y hasta participó en el bloqueo de Reforma; y los comentarios de la personaje no tenían desperdicio: “¿qué le ve a ese indio?”, “hubiera preferido que fuera drogadicta”, “ni hablar sabe, dice idial en vez de ideal”. Para mi sorpresa, porque sabía que sólo comenzó a escribir hacía un par de meses, y así lo dije, el relato estaba muy bien estructurado, con excelente manejo de los tiempos y un lenguaje que aunque sabíamos no es del común de la gente sí de ese tipo de personas. Hubo un momento en que sonó su celular, salió de la sala para hablar y cuando regresó le comenté eso se me olvidó decírtelo, todos al comenzar aquí apagamos los celulares. Sentada otra vez dijo me parece bien, así lo haré, lo que no sé es por qué me tutea. Creí que contestarle por lo bonita que eres sería poco prudente.
En la noche la única que se quedó cuando los demás se marcharon fue Julia, que además de alumna del taller manteníamos una relación amorosa bastante llevadera. ¿De dónde sacaste a ese personaje?, fue su primer comentario. El segundo me tomó por sorpresa: “no le sacabas la vista de encima... y ella tampoco a ti”. Vamos, no te pongas en ese plan, la miré como miro a todos cuando hablan o leen. Puede ser, pero esa vieja no me gusta así que mucho cuidadito.
En la siguiente sesión nos contó que en la primera aprendió mucho, así que decidió corregir lo que había escrito con anterioridad “porque me di cuenta, me hicieron ver, mejor dicho, así que se los agradezco, algunas cosas que no sabía se deben tener en cuenta, como la cacofonía”. Si el primero que trajo estaba bien hecho, el segundo era casi perfecto. Narraba las dudas sobre qué hacer, la furia y la humillación de una mujer que se enteró su esposo la engañaba con una quince años menor que ella. Estaban muy bien explicados los sentimientos, el personaje perfectamente descrito tanto físicamente como en su forma de actuar y me di cuenta, porque previendo nuevas escenas de celos de Julia opté por mirarla lo menos posible, que todos se quedaron, nos quedamos, estupefactos con el final.
Dos días después me llamó nuevamente por teléfono. “Creo que estuve mal y quiero pedirle disculpas”. ¿Cuándo? Cuando no dejé que me tuteara, vi que todos lo hacen y soy la única en tratar a cada uno de usted, lo cual es una tontería porque varios tienen edad casi como para ser mis hijos. ¿Me perdonas? Qué iba a decir, que sí, obviamente. Esa vez hablamos largo rato, le conté de qué vivo y ella que tiene dos hijos universitarios, de que soy divorciado y Catalina me dijo se casó muy joven con un hombre que le lleva ocho años, de literatura, de autores y de ideas para cuentos. No salía de mi asombro. Además de atractiva era evidentemente buena lectora, no sólo de la revistas, como supuse era lo que leían sus amigas. Algo que me contó me provocó una duda: me dijo que rara vez sale de las Lomas. Si era cierto, y no tenía porqué qué no serlo, ¿por qué me citó en esa cafetería? Eso me hizo reír, ¿si aún fuera adolescente hubiera intentado ligarme?
Durante semanas se fue compenetrando más y más en todo. En los cuentos ni que hablar, pero también en las charlas de todo tipo que suelen surgir en los talleres. Además, me imagino que sin proponérselo, continuó siendo el centro de atención de todos. La altivez, comprobé, no la perdía, pero supo aconsejar, proponer o criticar sobre las cosas que alguno o varios contaban de sus vidas. Y en más de una ocasión, a veces en algún comentario con ternura y en otras simplemente para que nos divirtiéramos, volvía a aparecer ese humor que noté desde la primera vez que la vi.
Una tarde trajo un relato hermoso. Era de una mujer que mantenía relaciones sexuales con su masajista. La historia no era novedosa pero el tratamiento fue excepcional. Sin relatar ningún acto sexual el cuento desbordaba erotismo por todos lados y las sensaciones de ambos, el deseo, la posesión, sentirse poseída, acostarse con una mujer mayor que él (aunque en ese oficio no debía ser la primera) y con un hombre más joven, tenían tanto realismo que, después lo comentamos, todos nos sentíamos alguno de los dos personajes. No sé cómo lo vivieron los muchachos, más jóvenes que yo, pero este hombre tenía una calentura marca diablo. Para colmo, cuando terminó de leer alzó la vista y me miró, segundos que me parecieron siglos.
Como hago cada vez que concluye una sesión, vuelvo a leer las copias que me dejan, a analizar los cuentos y a apuntar en un cuaderno cuáles mejoras noté en cada uno, si es que hubo alguna. Esas anotaciones, lógicamente, las hago si Julia no se queda a dormir. Una muchacha trajo un texto muy bien elaborado sobre el estado de los hijos en el velorio de su padre, y ahí lo pensé, lo recordé, más bien, porque obviamente ya lo sabía: que en lo que se escribe siempre hay algo autobiográfico, de deseo que a uno le pasase o de fantasías, las sexuales son las más comunes, que se llevan a los cuentos. Me puse a revisar los de Catalina -¿le habrían puesto ese nombre por la grande, la zarina rusa?- pero no pude llegar a una conclusión definitiva: en alguno o todos pudo haber sido ella la personaje y ser una mentira que era lo que le contaban sus amigas. Opté por llamarla por teléfono para salir de dudas, pero una voz femenina me dijo “la señora nostá, salió de dinner, ¿osté gusta dejar mensaje?
La semana siguiente faltó a la reunión, lo cual me avisó diez minutos antes que comenzara. Siete días después sí vino, aunque apenas tarde, por lo cual pidió disculpas. Me llamó la atención porque por primera vez besó a cada uno, dejó de darnos la mano. Quizás esté perdiendo la altivez, pensé. Aunque, otra vez sentada frente a mí, noté que había algo raro en su rostro. Como si estuviera pensando en otra cosa o recordando a alguien o algo. Incluso, fue la vez que menos participó en comentarios y análisis de los cuentos que se leyeron. De tanto en tanto me miraba pero esos ojos cafés no estaban vivaces. Cuando le tocó leer el suyo noté que había un cambio respecto a los anteriores, en esta ocasión no fue sobre una mujer sino que el personaje era un hombre, un empresario que... Primero noté que cuando estaba por terminar el primer párrafo se le quebraba la voz, hasta que a la mitad del segundo no pudo seguir leyendo y de sus ojos comenzaron a caer lágrimas. El empresario descubría que la esposa lo engañaba con su masajista.

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