jueves, 28 de agosto de 2008

La mamma

La conocí un viernes en la noche, en una cena. De inmediato me atrapó su belleza y en especial sus ojos, de un verde intenso, que miraban a todos como pensando a cuál me voy a comer primero. Y lo cierto es que nos comió, sin servilleta ni digestión. No sólo desbordaba alegría al comentar algo sino además todo lo decía con una profundidad que demostraba que esa mujer sí sabía de qué hablaba; y no supe si siempre sería así pero desde que se sentó todo, conversaciones, preguntas, miradas, giraron alrededor de ella. Parecía el polo opuesto a su marido, que casi no hablaba y comía con entusiasmo, algo más que lógico para alguien con tan descomunal tamaño. En algún momento escuché que llevaban diez años de casados y me pregunté si siempre habrían sido tan distintos. Carla, se llamaba, para más datos, y por si algo faltara, italiana. Un par de veces sonó su celular, se levantó y se alejó para hablar, gesto que me pareció muy delicado, no hay nada peor que cuando alguien atiende una llamada y todos nos tenemos que enterar de cosas que no nos interesan. Cuando contó que era de la región de Toscana no pude evitar suspirar. ¿Qué, la conoces? Sí. ¿Y qué te gustó más, Florencia, Siena...? No, sus girasoles, no hay en ningún lugar del mundo girasoles como los de Toscana. En parte fue cómico porque mientras su esposo decía todos los girasoles del mundo son iguales ella se inclinó sobre la mesa y me besó. A pesar de mis cuarenta años los aplausos de los presentes, para Carla, no para mí, creo me hicieron ruborizar. El único en no aplaudir fue el marido, quien me hizo un gesto que ya conocía y cuya lectura sería va fan´ culo. Sentado casi exactamente frente a ella, durante tres horas tuve el deleite de verla y oírla y créanme que eso fue, un deleite.
Estuve un par de días pensando si intentar conseguir su teléfono. Más aún, dudaba si llamarla. Hasta que me comuniqué con Roberto, el que organizó la cena en ese restaurante y supuse sabría su teléfono. Mira, me dijo, no tengo problema en dártelo pero no te hagas ilusiones, son una pareja auténticamente perfecta, jamás discuten y todos envidiamos que se lleven tan bien.
Resolví no llamaría pero hubo un detalle que me hizo cambiar de opinión: soñé con ella. Además, no cualquier sueño. Estábamos en un prado lleno de girasoles, claro, con qué más, y Carla estaba completamente desnuda pero tenía cubiertas, como decía mi padre, sus partes pudendas, con esas flores, aunque el detalle era que estaban marchitas. Me desperté, encendí la luz, vi que eran casi las cuatro de la madrugada y me quedé pensando qué significaría, pese a que nunca fui bueno para interpretarlos. ¿Sería en realidad yo el que se estaba marchitando y aprovechaba el viaje para acariciarle esas partes?. Así que me decidí aunque me propuse andar con pies de plomo, hubiera sido una catástrofe que el gigantón que tenía por marido se enojase conmigo.
- Aló
- Hola, ¿Carla?
- Sí, ¿quién es?
- José Antonio
- ¿Cuál José Antonio?
- Al que besaste porque me gustan los girasoles de tu tierra.
- ¡Ragazzo! ¡Era hora que me llamaras! ¿Cuándo nos vemos, dónde tomamos café?
Buen comienzo, me dije. Aunque no fue todo tan boyante porque sólo hasta dos días después logramos hacer coincidir nuestros horarios para vernos. Cuando iba para la cafetería dudé si llevarle un ramo de girasoles, que no serían de Toscana pero algo es algo; o si sólo uno, para que lo pudiera disimular ante Renato. Perdón, me olvidé presentarlo, era el nombre de quien yo me preguntaba si esa tarde lograría que se rascara la cabeza. Mejor dicho, eran varias preguntas, si esa tarde, si alguna vez, si muchas o si nunca conseguiría ponerle los cuernos.
A todo esto, dejen que explique algo de mí. Por el nombre ya se habrán dado cuenta que soy descendiente de españoles, me faltó agregar el apellido, Ramos, ejerzo de arquitecto y según mi madre, quien no se explica por qué no me volví a casar, de buen ver. Con lo cual ya dije que estuve casado, tengo una hija de doce años que vive con su mamá y como corresponde a esa edad está cada día más insoportable, y soy apasionado de la náutica. Tengo yate, bueno, yate es un decir, algo más que un botecito, y en cuanto puedo vuelo a Ixtapa para navegarlo. ¿Algo más? Sí, otro detalle, las que también me apasionan son las mujeres.
El comienzo de nuestro encuentro fue espectacular. Me levanté para saludarla, nos besamos, muy decentitos en la mejilla, y cuando nos sentamos le di el girasol. Me miró y otra vez tuve la misma sensación por su mirada, va a comerme. Algo de eso hubo. Primero me dio un beso en los labios y cuando este hombre, muy discreto, los abrió apenitas, me encontré que su lengua recorría mi boca con un entusiasmo de aquellos.
Por supuesto la correspondí. Si alguien piensa que diez minutos después estábamos en un hotel, se equivoca. Empezó a hablar de sus clases, de los alumnos, de su familia y en especial de su madre, a la que me di cuenta quería mucho, y durante varias horas estuvimos charlando como si no hubiese pasado nada. Yo, lógicamente, hice un par de intentos de que la cosa prosperara pero ni pizca, de manera que empecé a preguntarme si besaría así a cualquiera que le regalara una flor. O hasta un perro. Es igual. En las horas que estuvimos conversando varias veces sonó su celular. En dos o tres casos fueron sus alumnos, no recuerdo bien, y en otras dos habló en italiano. Quedamos en vernos nuevamente la próxima semana, ese día era jueves, le di mis teléfonos, el del celular y del estudio, y nos despedimos tan amablemente como nos habíamos saludado cuando nos vimos.
Esa noche tomé mi libreta telefónica negra, más conocida como el putómetro, y comencé a llamar a ver si aparecía alguna disponible porque estaba como hacía ya tiempo no me pasaba. Es que además del beso ese me la pasé sensacional, me divertí, horrores, y como es avasalladora -¿será una cuestión de que no puede contener la lengua?- por supuesto me hizo sugerencias de cómo terminar la casa que estoy construyendo en las Lomas y me asesoró para diseñar el jardín de la de Coyoacán. Si algo me faltaba esa noche, fue que a la que vino y se quedó a dormir, a cada rato la llamé Carla.
El sonido del celular me sacudió poco después de las siete de la mañana.. El torbellino no paraba de hablar, casi todo en castellano pero soltando las más diversas palabras en italiano y lo que entendí me dejó pasmado: había hecho arreglos para ir a navegar conmigo el fin de semana y preguntaba cuál era mi plan de vuelo para conseguir uno igual. Noté que ni siquiera me preguntó si quería, lo dio por hecho. Otra vez sentí que me comía, lo cual, como imaginarán, me gustó. No me hice de rogar. José Antonio, pensé, ahora sí la hiciste, porque di por supuesto que no vendría con el gigantón, aunque varias veces en el día me asaltó la duda de si cuan torbellino es no aparecería el tal Renato y, más aún, cuál cuento le habría hecho para justificar que se iba por dos días y medio y, mucho mejor aún, dos noches.
Aunque cuando pensaba en eso también recordé que después de decirme que tiene treinta y ocho años agregó y diez de casada pero con una mirada que no entendí y no era momento para ponerme a preguntar nada, mucho menos cosas tan idiotas como “¿felizmente?”. No, eso hacen los estadounidenses, que bastante poca imaginación tienen. Pero algo, algo, me hizo pensar no era tan cierto eso que me dijo Roberto, que eran una pareja perfecta. También supuse no lo podría haber engañado mucho porque obviamente uno vuelve de navegar muy tostado por el sol, así que al menos le tendría que haber dicho iba a la playa.
A las cuatro de la tarde estaba en el aeropuerto y mi primera sorpresa fue que cuando llegué al mostrador ahí estaba Carla, esperándome. O sea que puntual, primer gol. Nos sentamos en la sala de embarque y entonces ya no pude más y le pregunté qué le había dicho a su esposo.
- No es mi esposo, hace mucho tiempo que dejó de serlo.
- ¡Ah caray! ¿Pero sí viven juntos?
- Sí, pero de esposos sólo seis meses, ya entonces no lo aguanté más.
- No entiendo cómo pueden vivir juntos si no son pareja.
- Mira tú, me sorprendes, nosotros no lo somos y voy a vivir dos días contigo.
- De acuerdo, pero dos días no son nueve años y medio.
- Misterios que da la vida, querido.
La historia no me gustó. ¿Quién vive tanto tiempo con un tipo que fue su marido, sólo compartiendo el departamento? Pensé si no estaría un poco loca. Estuve a punto de preguntarle si sabía manejar, porque ya aprendí que se debe desconfiar, mucho, de las mujeres que no manejan, pero me dije mejor no. En fin, reflexioné, se lo preguntaré en algún momento de la noche, para la cual obviamente ya tenía elegido el restaurante, con velas, música suave, vino italiano y un pequeño arreglo floral en cada mesa: no hay dama que se resista. Una noche fui ahí con un cuate que al igual que Carla al día siguiente iba a navegar conmigo y me dijo José Antonio, mejor nos vamos porque aquí parecemos maricones.
La segunda sorpresa vino durante el vuelo. Me contó que se la había pasado muy bien conmigo el día anterior aunque no se animó a preguntarme si quería que fuese con ella, así que después de pensarlo varias horas “llamé a mi mejor amiga y le pregunté qué le parecía debía hacer. Cuando le conté el plan de navegar de inmediato dijo que sí, que viniera, y aquí estoy”. Ahí el que suscribe no aguantó, me volteé hacia ella y la besé, nos besamos, varios minutos, cada uno con una mano en la mejilla del otro. Nos separamos y le dije el domingo a la noche, cuando volvamos, o el lunes a la mañana, la llamas y le dices a tu amiga que estuvo genial con ese consejo, mira lo que me hubiera hecho perder si decía que no, a pesar de que no le dijiste que venías conmigo, ¿cómo se llama esa genial mujer? Florentina, contestó, y agregó es mi mamá. Me quedé helado. Deseaba desesperadamente fumar. ¿Cómo puede decir alguien a los treinta y ocho años que su mejor amigo o amiga es el padre o la madre? Esta mujer está de psiquiatra, pensé. Además un poco me asusté porque a esa altura del partido ya no quedaba más remedio que pasar dos días y dos noches con ella, y si en poco más de una hora me llevé esas sorpresas, qué podía esperar para después.
Me equivoqué, afortunadamente. Esa noche no hubo cena, lo único que hubo fue sexo. Estuve a punto de preguntarle, no, no, tampoco, no crean que lo hice, si en esos nueve años y medio no estuvo con ningún tipo porque eso parecía, hasta que este hombre hubo un momento que pensó ya basta, si no soy Superman. Finalmente me quedé dormido, no sé a cuál hora, fue muy pesado el sueño, y en un momento me pareció oírla hablar en italiano aunque no me desperté, seguí, supongo que roncando, pero ni modo.
En la mañana, mientras nos bañábamos, oí una música. Mi celular, exclamó, y salió corriendo. Otra vez habló en italiano. Por un instante pensé si no sería el gigantón que le estaría pidiendo cuentas, pero me dije no, habría que ser muy buey para hacer algo así.
Durante ese sábado su celular me hartó, francamente me hartó. Todo lo que hicimos durante el día, navegar, pescar, conversar, besarnos, hacer el amor, reírnos, discutir, comer, todo, se vio interrumpido por el sonido del celular. A la tercera vez que sonó ya me tenía desesperado. Me pareció poco prudente preguntar de qué hablaba, porque como saben de italiano sólo sé algunas palabras así que no entendía ni medio. A cambio tengo que reconocer que salvo eso me la pasaba de maravillas, creo que disfrutaba como pocas veces en mi vida. Hasta que después de comer, y tras una nueva llamada, sí le pregunté con quien hablaba. Con mi mamá, contestó, siempre llama cada media hora, está muy pendiente de mí. ¿No te parece un exceso?, ya no eres una niña, dije yo. Ah, eso porque tú no sabes lo que es una madre italiana, por ella sigo con Renato. ¿Cómo que por ella sigues? Sí, tendría un disgusto muy grande si se enterara que él y yo nos separamos. De hecho ya nos divorciamos, pero de eso ella no sabe ni palabra. Aunque ahora no sé cómo voy a hacer para disimular ante mi mamma que me estoy enamorando de ti.
Creo que se enojó porque en vez de decir algo así como yo también te amo, cosa que ya había pensado, que estaba enamorándome, lo que hice fue zambullirme y nadar. Necesitaba agua, mucho agua para digerir la situación. Me acordé de la definición de Roberto, lo de pareja perfecta. Claro, así cualquiera, si no lo son. Pensé varias opciones: volver a Ixtapa, dejarla en el hotel y regresarme a México; subir al bote y darle una buena bofetada; hablar largamente con ella; al contrario, volver y no decir ni una palabra; y la que más me atraía, tirar el celular al agua. Opté por esta última. Cuando lo hice me miró, con esos ojos hermosos que tiene y me abrazó, me besó y dijo ahora sí sé que estás enamorado de mí. Así que no te vas a enojar cuando te diga que en el hotel tengo uno de repuesto para que mi mamma me llame.
Nos casamos tres días después de regresar de Italia. Cuando volví, cumplidor como soy, lo primero que hice fue darle los prometidos cien mil pesos a uno de mis albañiles. Antes no pude porque tuvimos que partir precipitadamente. En el viaje de ida no cesaba de llorar pensando quién y por qué había asesinado a su mamma. Con la que yo me había indigestado.

2 comentarios:

rosa dijo...

Luis: por lo general me entusiasman tus finales: sorpendentes, definitivos. En este, me sobre al albañil y creo que algo más... Por lo demás genial. Besos. Clara

El Contador Ilustrado dijo...

Italiana de ojos verdes?

a veces la memoria y la imaginación son acompañantes traicioneras y delatan nuestras fantasias de lo quisimos que hubiera sido y lo que fué que no quisimos