domingo, 3 de agosto de 2008

Carcajadas

Fue difícil saber si había que reír o callar. Voy a explicar por qué. Era una cuestión matemática: como primera posibilidad pensé que la mujer fuese una imbécil, la segunda una ignorante irredenta y la tercera, la que más me atraía, que en realidad desbordaba inteligencia y nos estaba tomando el pelo a todos. Además, dos variables: en los casos primeros era para lanzar una carcajada, y en el tercero convenía mantenerse en silencio porque si no lo hacía así me revelaría como uno de los tantos burlados.
Todo empezó porque conseguí dinero para hacer mi primer viaje por Europa pero apenas disponía de quince días, de manera que me inscribí en un tour que comenzó en Londres, seguía ahora por París para después continuar a Roma y Venecia y finalmente regresar a México. La mujer guía, el periplo era para hispanohablantes, fue agradable y manejaba todo muy bien, por supuesto conocía de memoria qué decirnos sobre cada lugar que veíamos y se notaba sabía bastante de historia porque sobrellevó varias preguntas difíciles sin ningún problema, tanto en los cuatro días en Londres como los dos primeros en París.
Y en este tercero, en un momento, mientras íbamos en el microbús, nos dijo miren a su izquierda, ese monumento que ven es la Tumba del Soldado Desconocido ¡Aaaaaay...! exclamó una mujer que estaba sentada varios asientos atrás de mí. Quiero hacer una advertencia: de inmediato reconocí a cual país pertenecía ese tono, pero pensé no decirlo porque si era una bruta sus compatriotas se ofenderían y si nos tomaba el pelo se ufanarían. Como único dato diré que está en Sudamérica. ¡Aaaaaay!, en mi país todos lo soldados tienen nombre y apellido! Por supuesto no fue como cuando leen esto, que ya les habrá llevado un par de minutos, no, allí no pasaron más de tres segundos, quizás menos, cuando todos lanzamos una soberana carcajada. Yo resolví rápido mis variables porque la mujer, quizás ofendida, agregó en ese mismo tono “allá también las calles tienen nombres de personas o de hechos históricos o de lugares, no como aquí que todas se llaman rue y quién sabe qué mas”: decididamente, era una ignorante.
Tras la lógica segunda carcajada se me ocurrió mirar a la guía, para ver si también se reía o cuál actitud tomaba porque supuse nunca le ocurrió algo así. La mujer tenía una cara de horror digna de una película terrorífica y sólo pronunció “les quiero pedir a todos que eviten los comentarios en voz alta”. La tercera carcajada tuvo a ella como destinataria.

1 comentario:

y qué más da... dijo...

Amigo Luis, ¿cuántas escenas parecidas a esa caben en la vida de un solo ser humano? o será que a mí me persiguen los/as idotas e ignorantes, o que yo soy uno de ellos y por eso me encuentro en estas situaciones o, lo que me parece más probable, que la ignorancia es tan común como el pan; porque he leído tu entrada y me ha parecido que iba yo en ese viaje también, de lo familiarque me ha resultado.

Un abrazo