martes, 29 de julio de 2008

Sabrosuras


Déjeme que continúo preparándola. Seguro que usted no ha comido nunca algo así, tan especial. No es conveniente que le mencione de qué se trata, sólo le diré, porque de todas maneras ya lo vio, que le he echado ajo, un poquito de cebolla y mucha pimienta. Ésa sí es indispensable. No, no es para darle un sabor picante, es para disimular cualquier otro gusto que pudiera haberse entrometido sin permiso. ¿Cómo cuál? Alguno, quién sabe.
Ésta sí es comida de pobre, sopa de pobre, más bien, por eso pienso que usted nunca la comió. A mí sí me pasó. Tampoco era en realidad comida de pobre, el pobre era yo, no la comida. Fue una noche, con mi hija, que entonces tenía sólo cinco años. Como los fondos eran escasos, por no decir casi nulos, había pedido en el restaurante comida sólo para ella, que estaba muy entretenida mirando no me acuerdo cuál programa por televisión, un arroz a la cubana porque le encantaba el plátano frito y además era muy barato así que podía pagarlo, y como estaba absorta mirando la famosa caja idiota –que, entre nosotros, debería ser caja idiotizante- yo discretamente sólo comí el pan que acompañaba su plato. Todo muy tranquilo hasta que cuando terminó el último granito de arroz se volteó y me preguntó ¿te quedaste con hambre, papá? Como comprenderá le dije que no, al fin y al cabo que si se hace de vez en cuando no está mal mentir. Así que desde entonces aprendí a cocinar cualquier tipo de comida, de las buenas, como champiñones al marsala, caracoles al ajillo o pato a la naranja: y de las otras, arroz con mantequilla, tallarines sin nada y ésta, sopa de calcetín.
Tampoco, tampoco, no hay por qué ponerse así, la comida es una obra de arte que debe disfrutarse, esté como esté hecha y sea lo que sea de en qué consiste. No, no exagero, y si cree que sí lo hago piense en Chaplin, con cuanto entusiasmo y orgullo se comía sus zapatos, o más bien el resto de sus zapatos, en La quimera del oro. Y no sólo porque quería agasajar a la que deseaba fuera su mujer, no, no sólo eso, esa escena de los panes bailando pasó a formar parte de las mejores del cine, desde entonces hasta la fecha. Así que si él podía comer sus zapatos en barbacoa o como fuera no sé por qué usted y yo no podemos beber sopa de calcetín. ¿Ahora entiende mejor el motivo de la pimienta? Hay gente que en su casa camina sin los zapatos así que vaya uno a saber qué pudieron haber pisado sus calcetines. No, no se alarme porque cualquier cosa que haya sido al hervir el agua se le quita lo malo, se esteriliza, digamos, pero, los sabores nunca se sabe. ¡Los sabores!
Por si alguna vez le pasa, más bien le pasó ahora, que no tiene ni un quinto para comer, ya sabrá hacerla. Claro que hoy le ocurrió porque es medianoche, lo asaltaron y hasta el celular le quitaron y se vino aquí, abajo del puente a protegerse de la lluvia. Los únicos cuidados que hay que tener son dos: uno es que los calcetines no sean negros ni blancos y el otro es cortarlos bien. Bueno, ¡pero a usted hay que explicarle todo! No deben ser negros porque si sí lo son uno se entristece cuando se los come, como si se pusiera de luto; ni blancos porque uno cree que está en un hospital y así ni a quién le sepa bien la comida, no sé si alguna vez estuvo en uno pero no sabe a nada, todo hervido y sin sal. Y hay que cortarlos bien diminutos para que pueda imaginarse que son lo que usted quiera mientras se los come, por ejemplo trocitos de caracol, o chapulines, o a lo mejor hasta algún calamar que pescó quién sabe donde, seguro que no en ese charco que casi nos está por alcanzar pero en alguna playa u otro lugar así. ¿Ve por qué le conté lo de Chaplin? Como era cine mudo ni nos enteramos de en qué pensaba pero seguro, totalmente seguro estoy de que él se imaginaba que comía otra cosa y no sus zapatos. Bueno, igual con los calcetines, así, bien cortaditos y condimentados, uno puede creer que está comiendo cualquier comida. En fin, acomódese que se los voy a servir. Sí, tengo dos cucharas. También dos cuchillos y dos tenedores, así que si gusta mañana en la noche está invitado a comer carne, esperemos que ya no llueva tanto. Lo que tengo que conseguir es algo donde asarla, como lo que hay en algunos restaurantes, parrilla creo que se llama. No sé, no sé como está la carne porque la introduje en agua fría para que se conserve hasta mañana pero por lo que me pareció es tierna. ¿Que de dónde la saqué? ¡Todo hay que explicarle! Es la que portaba los calcetines.

1 comentario:

Felipe Galván dijo...

Me recomendaron tu blog y, bueno haciéndole caso a mi amigo Raúl Bretón, empecé a hurgar.
"Sabrosuras" se acerca a una no tan rara problemática de la vida contemporanea, una especie de padre soltero, no sabemos si de planta o de fin de semana o periodo vacacional; aunque también puede ser un "amo de casa" que cuida casa e hija mientras ella, la madre, trabaja. Lo interesante es esa maternidad de pantalones que se enfrenta por supuesto a una problemática para la cual, en la generación pasada (y parece que en esta se están repitiendo los esquemas) no existía señalización puesto que se presentaba como algo imposible. Ahora ha llegado a la literatura, pero por fortuna llega con constantes de tiempo -el hambre parece más democratizada en estos tiempos neoliberales que antes- y con interculturalidades ricas implícitas -Chaplin visto desde la hambruna familiar de un ahora-.
Por supuesto que se agradece por la riqueza con que se acompaña el simple y lugar común de la incapacidad del padre para avanzar al servir a las necesidades primarias de la hija sin experiencia, dinero y educación; no importa que se matice con ajos y otras especies.
Felipe Galván
feldejgaro@yahoo.com.mx