lunes, 21 de julio de 2008

Historias de vida


Dudó si esperar que regresara su esposo, como acordaron, pero la ansiedad pudo más y se lanzó a la calle. Ese jueves era un día importante y supuso no podría soportar la espera de las seis horas que aún restaban para que volviera su marido y poder ver el diario. Hola Lupe, la saludó una vecina a la que apenas devolvió el gesto y sonrió pensando que ya no estaba en edad de caminar tan rápido. Llegó al puesto de periódicos y eligió el que deseaba. Pasó las páginas y encontró lo que buscaba: ahí estaba el seudónimo que eligió su hijo menor para escribir su primera Crónicas Urbanas, como decía arriba de la columna, y más abajo el título, "Teresita duerme sola".
La vuelta al hogar fue mucho más lenta. Pensó si leer mientras caminaba pero se dijo mejor no, a los setenta y dos años una no está para correr el riesgo de caer y lastimarse. De todas manera el regreso fue despacio porque a cada habitante de la cuadra, en la Merced, le mostraba la hazaña de su “bebé”, como lo llamó muchas veces por años para hacerlo enojar, aunque ya se había transformado en un juego de ambos, ella le decía así y él simulaba que se encabronaba.
Ni Lupe ni su esposo, Amílcar, le creyeron cuando les contó que en un periódico le dijeron que sí, que escribiera anécdotas de la ciudad. “Humanas, no rollos”, me dijo el Jefe de Redacción, les explicó esa tarde, antes de ir a buscar a su esposa al trabajo, para quien compraría flores, explicó, porque hoy es un día para celebrar. Los padres se miraron entre sí con cara de incógnita cuando les explicó con cuál seudónimo firmaría, Pericles. Ése no es nombre de cristiano, soltó Amílcar, y el hijo debió explicarles que fue el primer ateniense en hacer para todos la democracia griega, “lo mismo que a nosotros nos hace falta alguien haga, democratizar la democracia. Y no es nombre cristiano porque cuando vivió a Cristo aún le faltaban como quinientos años para nacer”.
Sentada, con los lentes puestos y un té de manzanilla sobre su regazo, Lupe comenzó a leer la nota de Carlos Adolfo, nombre con el que su esposo no quiso lo bautizaran porque dijo era de telenovela. Aunque pudo convencerlo, como ya había ocurrido con sus anteriores nueve hijos. A medida que avanzaba en la lectura el rostro de la mujer fue pasando por diversas fases: primero asombro, después incredulidad, más tarde espanto y finalmente dejó el periódico en el brazo del sillón, bebió té y se preguntó qué hice para que este hijo me saliera así. La nota relataba vida y obra de la más veterana prostituta de la zona, sus comienzos, cuando era casi una niña; los abortos e hijos que tuvo; los golpes que soportó y concluía describiendo su soledad, especialmente en las noches. “Si Teresita volviera a nacer quizás repetiría su vida pero su deseo, su único deseo, sería nunca más dormir sola”, decía el último párrafo.
- ¿Leíste lo que escribió Carlos Adolfo?, preguntó horas después a su esposo mientras le servía la comida.
- Sí, fue la lacónica respuesta.
- ¿Y?
- ¿Y qué?
- ¿Cómo y qué? ¿O te parece bien que se haya estrenado hablando de una prostituta, que además tiene su parada en nuestra esquina?
- Sí, no le veo nada de malo. Sólo le faltó decir que hoy fue su estreno de periodista, el otro lo tuvo con ella.
En la conversación telefónica con Nayeli, su nuera, a Lupe no le fue mejor. La joven estaba feliz y parloteaba de cuantas veces revisó su marido esa nota hasta que consideró estaba bien “¿y quiere le cuente algo? Anoche casi no dormimos y hoy se fue de madrugada, no sé cómo volvió sin ser asaltado, para conseguir el periódico y comprobar que estaba publicada”. Optó por dejarla hablar y no decirle que le daba vergüenza que de esas cosas escribiera su “bebé”. Quizás, pensó, haya sido sólo hoy y las siguientes sean de otra manera. Le pidió que cuando su hijo volviera la llamara por teléfono y resolvió que sólo lo felicitaría, no le diría la impresión que le causó leer sobre Teresita. Con quien nunca había hablado, tan sólo cruzaba los buenos días, vecinas, al fin y al cabo.
El ritual de compra del periódico se repitió la mañana siguiente, caminando a igual velocidad ya no sólo para ver la nota de su hijo sino sobre todo enterarse de qué o quién escribió. Apenas ver el título supo del que se trataba: "Chuy dedos largos". Ya con el nombre reconoció al personaje a que se refería, pero si hubiera tenido dudas se habrían ido con lo de dedos largos. “Yo trabajo en el Metro”, solía decir Chuy para no explicar que en sus vagones pasaba horas y horas hurgando en bolsillos y carteras ajenas cualquier cosa de valor que allí hubiera. Además de dinero, claro. Incluso, una vez quiso regalarle a Lupe un portarretratos pero ella se negó terminantemente a recibirlo.
“Mira, mamá, te guste o no estos personajes existen, no los inventé, son reales, tanto así que tú misma los conoces. Pero hay mucha gente que no y menos aún saben de sus vidas, por qué llegaron a ser como son. Todos nos enojamos cuando nos roban dinero en el Metro, eso es lógico, ¿pero alguna vez te pusiste, tú o cualquiera, a pensar por qué alguien hace una cosa así? Ah, verdad. Pues yo voy a seguir haciendo eso, contar sus vidas. Aunque no siempre serán historias de gente, también de costumbres que tenemos, de lugares que pocos conocen y a lo mejor hasta de mis padres. ¿Cómo la ves?”
No se lo dijo pero cuando él terminó de hablar se sintió orgullosa del hijo más pequeño, que a los veinticuatro años ya estaba casado con una mujer que aunque no cocinase tan bien como ella a Lupe le gustaba mucho. Varias veces dudó si eso a él importaba o no, hasta que llegó a la conclusión de que sí porque cada vez que venían a comer Carlos Adolfo elegía lo que iba a preparar “mi santa madrecita”. Amílcar, por su parte, también continuaba comprando el periódico para leer en el trabajo las notas de su hijo, pero en un gesto de generosidad del cual nadie, salvo él, sabía el porqué, lo regalaba antes de irse. Era el único en el taller en tener un familiar periodista, lo cual provocaba reacciones mezcladas, desde quienes lo admiraban hasta los que se burlaban porque “de eso no va a vivir, algún negocito turbio tendrá por ahí”.
La noche de la séptima nota se fueron a acostar más temprano que de costumbre. También era jueves porque los domingos no aparecía Crónicas Urbanas, su lugar lo ocupaba una columna política. Vieja, no te duermas que vamos a ver el noticiero, advirtió Amílcar y Lupe no dijo nada, supuso que habría entrevista a alguna de ésas con poca ropa o quizás a un futbolista del equipo de su esposo. Abrió mucho los ojos y se sentó cuando se dio cuenta que el entrevistado era su “bebé”. Ahí estaba, igualito, de playera y pantalones de mezclilla mientras una mujer le hacía preguntas que respondía como siempre fue, con bromas aunque diciendo cosas serias. “A hacer esto me enseñaron mi padre y mi madre, no porque escribieran sino porque siempre, a todos los hijos, nos contaban historias, de manera que fuimos aprendiendo que detrás de cada pantalón o de cada vestido hay un ser humano distinto y todos, sin excepción, necesitan que alguien cuente cómo vive, qué piensa, cuánto sufre o cuáles son sus anhelos”. Cuando apagaron el televisor y la luz se besaron, abrazados, largo rato.
El viernes Lupe resolvió que no iría por el periódico, no sólo era un gasto extra sino que podía esperar lo trajese Amílcar, como le pidió cuando se despidieron, ya había pasado una semana y no tenía tanta ansiedad como en días anteriores. Fue al mercado y cuando volvió se dedicó a pelar papas y chícharos aunque notó se cansaba más de lo acostumbrado. Preparó el té de manzanilla, se sentó en su sillón, lo bebió poco a poco y se dio cuenta que se adormecía. Bueno, pensó, no tiene nada de malo echarse una siestita, al fin y al cabo tengo tiempo de sobra. Soñó con su “bebé”, al que daban un premio por escribir tan bien
No tuvo oportunidad de levantarse. Apenas de despertar. Un hombre la tenía alzada por las axilas y de los otros dos, con pistola, uno gritaba “¿dónde está ese cabrón, donde está tu hijo?”. Las vecinas, alertadas por los ruidos, la encontraron desangrándose por los cuatro balazos.
La nota de ese viernes tenía como título "Las narcotienditas nos invaden".

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