domingo, 6 de julio de 2008

La fresa pálida

La fresa pálida


Los hombres también
tenemos culpa. ¿O mérito?

Qué extraña es esta sensación que tengo, nunca la había experimentado y no sé cómo llamarla. Es raro porque aquí todo es perfecto, siempre hay días soleados, los pajaritos cantan, las aguas están limpias y árboles y plantas dan frutos y flores para que haya una visión multicolor; de manera que no sé a qué responde esta especie de tristeza. Pero esta sensación tan rara... cómo la voy a llamar... ah, ya sé, depresión, la tengo desde hace rato. Fue cuando me di cuenta que si invierto las letras de mi nombre me llamaría Nada, no Adán. Porque si ella invierte las suyas saldría ganando, en vez de Eva sería Ave. O sea, podría volar por donde se le diese la gana mientras que nada es nada, el vacío, el cero. No, eso no porque ni idea tengo de qué es.
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¿Qué le pasará a Adán que está tan serio? Quizás sea por la cuestión de los orines. Porque a mí me presumía que puede regar varias plantas mientras lo hace y yo una sola, hasta que me hartó y le dije sí, una, pero mira qué linda como crece y las tuyas ni quien las pele. Aunque lo que no le dije fue lo otro que me llama la atención, que a veces la hoja de parra como que se le levanta porque se ve que la cosa para orinar la tiene muy crecida y me pregunto si será porque está con muchas ganas o por otra cosa. Aunque no sé cuál otra, porque más de una vez me pareció que se le pone así de grande cuando me mira y no sé qué me ve. Me mira raro y después le crece. Como ayer, que me agaché a levantar una flor, y cuando me paré y lo miré, porque estaba de espaldas a él, la hoja de parra estaba a la altura de la cintura. Incluso pensé si no estaría enfermo, porque ni movía los ojos. Aunque me gustó de que se quede frío por mirarme de esa manera.
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Ya sé que Dios nos hizo distintos, si todavía me duele aquí de cuando la formó de una de mis costillas, pero hay tres cosas que no entiendo cómo y por qué. Una es la lengua. No me doy cuenta que sean de tamaño distinto pero deben serlo porque aquélla no para de hablar y yo, pocas palabras. También es cierto que tiene otra función además de servir para hablar. Porque una noche me di cuenta que Eva se la pasaba por los labios y me miraba y me miraba, y no sé si se le antojaba comerme o qué y aunque me atraía el brillo de sus ojos por las dudas me di vuelta y traté de dormir. La otra son esas dos cosas que también debería bautizar porque no sé como se llaman y tampoco sé por qué ella las tiene muy grandes y yo no. A lo mejor, porque las mías son pequeñas no le provoca tocármelas, pero yo tengo unas ganas con las suyas... Las de ella son como... como... melones, así las voy a llamar. Cuando me vuelva a hacer enojar la voy a nombrar de esa manera, Eva la Melona, a ver qué dice. Porque ésa es la otra cosa en que somos tan distintos, habla y habla y habla y además de cosas raras, nada de qué comemos hoy o no vuelvas cuando es de noche o algo así de normal, no, que si siente tal o cual emoción –que, francamente, yo debería intentar averiguar qué quiere decir eso- o no estoy de humor para verte, como me dijo una mañana y cuando le pregunté por qué me contestó por lo que soñé. Y yo nunca sueño. ¡Dios, por qué la hiciste así de rara!
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Esto sí fue una novedad. No es la primera vez que me pasa pero nunca me molestó tanto como hoy, me tiene harta eso de sangrar cada luna llena. Porque además duele. Y a aquél no le pasa, él como si tal cosa. La primera vez los dos nos asustamos porque no sabíamos de qué venía eso, en realidad sigo sin saberlo hasta hoy, pero al menos nos dimos cuenta de lo que dije antes, de que viene cuando hay luna llena. La novedad fue hace un ratito, tanto malestar tenía que para ver si paraba un poco ese flujo y si así me molestaba menos me metí un dedo, que bastante largos los tengo. Y después dos porque me gustó hacerlo, sentí tanto calor en todo el cuerpo que hasta vergüenza me dio, aunque no sé si no me hice daño porque a fuerza de tenerlos ahí y de moverlos apareció un flujo de otro color, yo ya parecía el arco iris. Y no sé por qué no podía sacarle de encima la vista a Adán, que sin enterarse de nada de lo que yo vivía estaba arriba de un árbol... comiéndose un plátano.
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La de ayer fue una noche muy extraña. A mí me gusta lamer, de hecho, siempre lamo casi todas las frutas antes de comérmelas. Manzanas no porque nos las prohibió Él, aunque sí peras, uvas, fresas, duraznos, melocotones, en fin, casi todas. En parte porque me gustan mojadas y no siempre tengo agua cerca, pero también porque ya vi que al mojarlas las enfrío. Y anoche estaba dormido y quién sabe en qué pensaba que sin darme cuenta empecé a lamer un hombro de Eva y no sé cuánto tiempo estuve haciéndolo pero me despertó su grito, Bueno, estoy mintiendo, no fue un grito. Fue un ¡Adáááááán! Aunque igual me hizo despertar. Cuando me di cuenta de lo que había hecho le pedí disculpas y aquélla me miró con ojos muy raros y dijo ves que tú también sueñas. Yo me callé, porque qué le iba a decir, que si soñaba era con una uva quién sabe cómo lo hubiera tomado. Pude haberle dicho, eso sí, que el sabor de su cuerpo me resultó delicioso.
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Estoy cansadísima de prepararle de comer, bueno, de prepararnos, pero yo hoy no tenía ganas y de todas maneras lo tuve que hacer para él; y también de todo lo que caminé para encontrar más hojas de parra pero no las hallé por ningún lado, quién sabe dónde se escondieron. Vaya uno a saber cuándo pero alguien va a inventar la expresión no hay, no hay, y eso pasó con ellas: no aparecieron. Aunque la caminata valió la pena porque descubrí una fruta que no conocía, blanca, y cuando le saqué la cáscara quién sabe por qué empecé a llorar. No sé si se la voy a dar a Adán porque últimamente anda de lo más raro y a lo mejor el sabor amargo que tiene esta fruta lo pone de malhumor. Espero que no, porque esto de andar desnuda por no haber conseguido las hojas de parra no me gusta, si llega a llover me voy a mojar toda, así que mejor aquél tenga buen ánimo porque si está mal le tiro la comida al arroyo. ¡Ay no, pobrecito, mejor lo hago dormir conmigo al lado a ver si me lame como la otra noche!
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¿Qué hace ahí así, desnuda por completo? Está muy loca, mejor ni le hablo porque quién sabe con qué me va a salir. Acostada de espaldas, apoyada en sus codos, con las piernas abiertas y las rodillas arriba, se ve muy cómica. Mejor ni hablo mientras me como este durazno. Riquísimo. Vale la pena acostarme yo también para digerirlo. Ah, vaya, nunca había visto lo que Eva tiene ahí, a lo mejor porque es la primera vez que la veo sin hoja de parra, ¿qué será? Parece como una fresa, aunque no es tan roja, es más pálida. Pero sí, tiene aspecto de fresa, así que mejor empiezo a lamerla. Mmmm, sabrosísimo, ¿y la loca por qué gritará tanto?

4 comentarios:

Luis Méndez Asensio dijo...

Hermano, felicidades por ese blog recién inaugurado. Me ha gustado mucho el relato de Adán y Eva. Ya sabes que sólo te diría, obsesivo-compulsivo como soy (lo sabes), que lo trabajaras un poco más, que lo pulieras. Como dijo alguien, la literatura es un 10 por ciento de inspiración y un 90 por ciento de exudación. Así lo creo yo también. Pero la simiente la tienes, está ahí.
Un abrazo amigo.
Luis

Lamas dijo...

Que historia tan bien contada, a dos bandas y desde el pensamiento de cada personaje. Me ha gustado mucho.

Un saludo!

Anónimo dijo...

Luis:

Felicitaciones por el blog
El cuento de la fresa está muy bueno.
Ahora me voy a bajar el resto para leerlos en papel, para disfrutarlos como siempre.

Un gran abrazo

Jorge Talkowski

Anónimo dijo...

Luis:

Felicitaciones por el blog
El cuento de la fresa está muy bueno.
Ahora me voy a bajar el resto para leerlos en papel, para disfrutarlos como siempre.

Un gran abrazo

Jorge Talkowski