sábado, 19 de julio de 2008

Testaruda


Testaruda

Anoche tuve un encuentro con la muerte. No fue el primero pero en todos los anteriores me las ingenié para despistarla y escapar. Casi desde que tengo memoria quería llevarme y a veces estuvo a punto de lograrlo. Morir, cuando uno está a punto de hacerlo y no quiere, debe ser una sensación horrible, y sé de lo que hablo porque mis “vueltas de la muerte”, como yo las llamaba, eran extenuantes, agotadoras, capaces de dejar sin fuerzas y con el ánimo por el suelo a cualquiera. Por eso éste de ayer fue al revés, yo la llamé. Llegó, revisó el departamento por cada rincón y finalmente se sentó en mi mecedora. Le ofrecí café, ¿qué más podía hacer? Al fin y al cabo, a un invitado hay que tratarlo con cortesía. Si algo llamaba la atención de su rostro eran los ojos. Penetrantes, agudos, casi diría huraños. Sentir una mirada así no es agradable. Y menos aún sabiendo de quien proviene. Yo recordé un consejo de mi padre: “cuando no sepas qué decir, pon cara de idiota”. Lo debo haber hecho fenomenal porque hizo un gesto de desdeño, que bien podría haber sido interpretado como “para qué pierdo tiempo con este imbécil”. Pero si sus ojos eran aterrorizadores –al fin y al cabo no descubro nada, era la muerte en persona- su voz no parecía de un personaje femenino sino de algunos de esos bichos raros que aparecen en las películas en que hay monstruos, como los de El quinto elemento.
- Espero que estés seguro de lo que quieres hacer y no me hayas hecho venir en vano, gruñó.
- Totalmente, quiero que me lleves, ya no aguanto más esta vida ni tengo ganas de seguir así.
- ¿Qué te faltó por hacer?
- Nada, hice todo lo quise y hasta lo que yo no quise, la cuestión es que disfruté.
- Trata de hablar seriamente, no me recites un tango.
-. Bueno, sí, hay cosas que no he hecho, por ejemplo no conocí Praga ni San Francisco.
- Entonces estás jodido, no me llevo a gente porque le falten cosas por hacer tan triviales como ésas.
A esa altura del diálogo empezaba a molestarme. Yo sabía muy bien por cuáles razones quería morirme, pero si no se las había dicho a nadie menos a esa cavernícola. Y los ejemplos que puse no me parecían tontos, realmente lamentaba no haber ido a esos lugares. Por lo demás, que se aguantara, si hubo cosas que no hablé con los sucesivos psicólogos que tuve a lo largo de mi vida no lo iba a hacer con ella. Capaz que al igual que ellos hasta cobrarme quería. Además, tenía curiosidad: ¿qué iba a hacer? Tomarme de un brazo y llevarme dentro de la enorme capa negra que tenía? ¿O liquidarme en mi casa y llevarme ya cadáver?
- Mira, la verdad, no te entiendo. Si te llamé es porque quiero morir, no veo por qué te importan tanto las razones
- No tengo que explicarte nada, yo funciono como corresponde. Tú no.
- ¿Y de dónde sacas que yo no?
- Porque si quisieras morirte no hubieras regado hoy las plantas ni comprado tantos cigarrillos.
- Es verdad que lo hice, pero fue mecánicamente, porque siempre lo hago los martes, respondí mientras admiraba cuán observadora era.
- A otra con ese verso, yo me voy, dijo levantándose.
- ¡Tú de aquí no te vas sin llevarme!, contesté cerrándole el paso.
El gesto que hizo fue horrible. Aunque logré que se detuviera y como las tenía frente a sí miró las fotos de los hijos y de los nietos enmarcadas en un cuadro y dijo está bien, pero a mí la gente como tú no me gusta. Me hizo ir a la cama y acostarme, sin zapatos, boca abajo, como siempre lo hago. Cierra los ojos, agregó, y despídete de tus hijos, a los que quieres darles el mayor disgusto de su vida.
Esta mañana, el dolor de cabeza que tuve al despertarme era horroroso.

2 comentarios:

Mariana dijo...

Me gustó, me gustó mucho. Duro pero muy impactante.

rampunsen@hotmail.com

Unknown dijo...

hice todo lo quise y hasta lo que yo no quise...Cuando lei la frase pensé que era de un tango cosa que me confirmas en la frase siguiente.
Pero el Julito decía:tuve todo lo que quise y hasta lo que yo no quise.
Fuerte Luis, muy fuerte.

reijlo@gmail.com