martes, 22 de julio de 2008

Manuelita

(Aclaración para no mexicanos: manuela es masturbarse)

Fue un escándalo, un auténtico escándalo. Aunque yo no tuve la culpa, fueron los demás. Llevaba cientos de viajes en avión así que cuando se encendió el alerta y el capitán pidió nos abrochásemos los cinturones de seguridad, no le presté mayor atención, pero sí hice caso. Uno ya sabe que en recorridos largos y según la ruta que se use las turbulencias son comunes. Sin embargo, pese a mi optimismo, ésta se puso fuerte y el avión empezó a sacudirse en serio. Como temí, más de uno se puso a rezar y noté varios gestos de angustia en algunos pasajeros. Yo, tranquilo. Hasta que la aeronave empezó a moverse para todos lados. Pensé si me habría llegado la hora, algo que a los treinta y dos años uno no cree le va a ocurrir, nadie piensa en la muerte a esa edad, salvo quienes tienen una enfermedad terminal. Mientras el avión continuaba zarandeándose, medité si debería hacer un recuento de mi vida pero me dije no, si tenía que morir que fuera en medio de un orgasmo. Eso lo había pensado varias veces, que la mejor manera de fallecer sería haciendo el amor. En cuyo caso no yo, obviamente, pero sí algún otro podría escribir una novela, amor mortal. Y como no tenía mujer junto a mí, porque estaba sentado del lado del pasillo en un asiento de tres, el del medio vacío y el de la ventanilla ocupado por un hombre más o menos de mi edad, resolví masturbarme. Lentamente, porque los aviones no caen de improviso y si el mío caía aún habría tiempo de alcanzar el orgasmo. Mi compañero de asiento me miró con cara de asombro y no sé si tuvo el mismo pensamiento que yo o qué pero empezó a imitarme. Eso ya estaba mejor, aunque no fuese por una mujer sentirse acompañado con la manuela es importante. Así que ambos le dábamos, lentamente. Hasta que, cuándo no, pasó por allí una azafata y al vernos gritó ¡señores!, en un tono tan elevado que nos miraron otros, del asiento de cuatro de al lado y algunos de atrás. Nosotros seguimos, impasibles, pero claro, del costado que yo estaba pude ver que varios nos empezaron a imitar. Visto su fracaso en que nos detuviéramos, la mujer optó por marcharse, lo cual no le resultó fácil porque con semejante movimiento, el del avión, no el de nuestros dedos, tenía que hacerlo agarrada con ambas manos y aún así lo hizo con muchas sacudidas. El hecho me vino bien, nos vino bien a todos porque así tuvimos un bonito trasero para inspirarnos. Aunque lo que no preví fue qué resolvió y me di cuenta segundos después cuando se escuchó la voz del capitán, que enérgicamente dijo “en unos minutos más abandonaremos la zona de turbulencia así que les exijo a todos los que se están masturbando que dejen de hacerlo”. Yo, la verdad es que dudé, porque si no iba a morir para qué seguir haciéndolo, pero como si la Naturaleza le hubiera querido decir al piloto me vale madres lo que piensas, en ese momento la aeronave empezó a perder altura y velocidad, de manera que le di con más entusiasmo aún. Como todo fue en cuestión de segundos, alcancé a oír y ver varias bofetadas, femeninas, así que supuse que más de uno había optado por la cinco contra uno, aunque no sé si, como a mí, a todos les ilusionaba morir en medio de un orgasmo o simplemente tenían una bonita vecina de asiento. O a su novia o esposa, vaya uno a saber. Ese pensamiento, nada metafísico, me hizo recordar a Gabriela, mi peor es nada, y dudé si lloraría amargamente por mi muerte o pensaría por fin me lo saqué de encima, en ambos sentidos, el físico y el alegórico, porque era la posición más común entre nosotros, salvo cuando íbamos al cine. En ese momento la interrupción no vino del capitán sino de una mujer, que se puso de pie, lo que me sirvió para calcular tendría unos setenta años, y vociferó “¡este avión está lleno de degenerados. Es una vergüenza!”. Para mi sorpresa, porque desde que nos sentamos no había abierto la boca, mi compañero de asiento le gritó “¡cállese, bruja, que estamos muy bien!”. Yo no pensé hacerlo porque hubiera tenido que dejar a Manuela, pero cuando vi que desde distintas zonas del avión muchos hombres aplaudieron, pues también lo hice. Instantes después varias mujeres se pararon y, agarrándose como podían porque el avión no cesaba de sacudirse, se quedaron de pie en los pasillos, con lo ojos cerrados, no supe si para no ver el espectáculo que dábamos o para soñar con que dejábamos de hacerlo en solitario y nos acoplábamos con ellas. No, deduje, no es por eso porque se persignan continuamente. Y sin embargo, como todo llega a su fin, la turbulencia también, el avión se estabilizó, recuperó velocidad, dejó de sacudirse y se apagaron los letreros de que debíamos mantener abrochados los cinturones. Bien, pensé, no pasó de un susto. De manera que dije se acabó, lo de las manos, además de las sacudidas, y cuando estaba guardando mi aparato, primero desde un asiento de atrás, luego de los del medio y al final desde todos los puntos del avión comenzó a escucharse un grito, al principio de uno o dos y después de muchos: ¡”tur-bu-lencia, tur-bu-lencia!”. Quién lo hubiera dicho.

1 comentario:

Unknown dijo...

¡¡¡¡Buenísimo !!!!. Hacía mucho que no me reía tanto.
Tu imaginación no tiene límites y es increíble que puedas pasar de un registro tan amargo como el de " Testaruda " a una historia tan divertida.
Anita
eyanita@hotmail.com