domingo, 27 de julio de 2008

Familias (2)


V

- Comandante, lo llama por teléfono Pablo Ramírez.
- ¿Y ése quién es?
- Dice que estuvo ayer con usted en casa de la asesinada, María Castaño.
- Ah, pásamelo. Bueno días.
- Buenos días comandante. Lo llamo para pedirle un favor y para contarle algo que no le dije ayer.
- Empiece por lo segundo.
- Mire, la noche del asesinato, exactamente a las 2: 45, escuché un golpe muy fuerte en el piso de arriba, tanto que creí que la mujer o su esposo se habían caído de la cama.
- Efectivamente, ella se cayó. O la tiraron. Tiene muestra de golpe en el brazo izquierdo. ¿Cómo sabe tan exactamente la hora?
- Porque a esas horas siempre estoy despierto y miré el reloj. También, antes, me pareció oír que tenían sexo y a ella le oí un gemido... o quizás fuera un quejido.
- Vaya, veo que presta atención. El dato es bueno porque podría significar la hora exacta de la muerte. ¿Y qué favor quería pedirme?
- No sé cuál conclusión tiene el forense, pero si es que hubo sexo, violación o no, por favor, no le diga nada al esposo, el hombre ya está muy mal, cualquiera de los dos casos lo pondría peor y no creo que para usted tenga algún beneficio decírselo.
- Bueno, tiene razón. Aunque en algún momento lo va a saber. Mire, estaba por llamarlo en un rato yo a usted. El forense efectivamente dictaminó que la mujer tuvo sexo y dice que sin forzamiento, o sea con consentimiento. Yo no le voy a pedir un favor, le haré una sugerencia, no se lo diga a su esposa porque ya vio cómo se puso ayer. Como también dije ayer, el caso sigue siendo extraño
- ¿Por qué?
- Mire, el hombre que la estranguló tiene que ser muy grande y con mucha fuerza porque lo hizo sólo con una mano y con la otra le tapaba la boca, o sea que además seguramente estaba sobre ella, no sólo porque eso ayuda a quitar el aire sino también porque a lo mejor se resistió. Probablemente estamos hablando de un tipo de alrededor de 1.90 metros y más de 100 kilos de peso.... y buenas manotas. Ahora, lo también curioso es que ese personaje se preocupó en no dejar huellas. Un vaso de vino las tenía, de la señora, y del otro sólo rescatamos media, o sea que se propuso no dejarlas. Aunque quizás con esa mitad algo logremos. También encontramos un par de cabellos que no son de la difunta pero aún no sabemos si pertenecen al marido. Y más raro aún es que sabe cómo la estranguló, usando guantes de látex.
- Y esos sólo los usan médicos, ustedes o alguien que ya fue dispuesto a matarla.
- Exacto. Lo cual descarta la hipótesis de sexo casual, salvo, justamente, que fuera médico o policía que investiga escena de crímenes. No creo que alguien que se acuesta una noche con una mujer ya tenga preparados los guantes. O sea, puede ser un médico, y no muchos porque tampoco todos los usan, por ejemplo la señora no creo porque era pediatra, o algún agente o alguien que ya fue decidido a liquidarla y ella ni idea tenía y por eso lo dejó entrar. El porqué del sexo no lo vamos a saber hasta que agarremos a ese cabrón.
- Lo cual supongo no será fácil.
- No crea, él no sabe quién está a su caza, o sea yo.
Hasta ese punto la conversación había sido buena. Aunque en ese momento pensé si no sería uno de los policías que culpa a cualquiera que se le cruza en el camino y además me molestó esa fanfarronería. Pero, justo es decirlo, ni idea tenía de cómo era el tipo de listo para su trabajo.
- Antes me dijo que me iba a llamar, ¿para qué?
- Primero y más importante por si recuerda haber visto en el edificio o sus cercanías a alguien de esas características físicas. También para que se lo pregunte a su mujer. Si logramos hacer un retrato hablado, todo sería más sencillo. Uno de mis hombres está ahora interrogando por lo mismo al portero y a los demás vecinos. Segundo porque me dijo que iba a preguntarle sobre ella a su esposa y quería saber si lo hizo y se enteró de algo.
- No, no recuerdo haber visto a alguien así. De lo otro, un poco conversamos pero no me enteré de nada nuevo, tiene la misma opinión que yo, era una pareja feliz.
- Ni tanto, hay muchas parejas felices y a uno o a los dos les pica la cabeza.
- Comandante, lo llamo cuando sepa algo nuevo. Gracias por el favor.
Esa última frase me irritó así que opté por terminar la conversación. Además, tenía que acabar de editar una nota, comer e ir al velorio, donde había quedado en encontrarme con Mónica. Aunque con el comandante estuve discreto porque estoy seguro que mi uruguaya sabe algo y yo no. De María hablamos poco y ella menos aún pero no en vano una década de convivir y en la cual el diálogo siempre fue fluido hasta para los temas más difíciles, hacen que conozca también el lenguaje de sus silencios. A mí me ha ocurrido pocas veces no querer hablar de algo, pero cuando Mónica baja la cortina es dificilísimo lograr que la suba rápidamente. Hay cosas de su vida que me enteré años después de conocerla. Y, sin ninguna casualidad, todas muy complicadas. Sé, me lo ha demostrado muchas veces, que probablemente soy la persona a la que más confianza tiene en este mundo y aún así sé lo que significa que no quiera hablar. Hubo una vez, hace unos cuatro años, que me llevé una gran sorpresa porque entre la correspondencia había una carta de su madre. La primera que yo veía y supuse se alegraría. En absoluto, así como se la di así la arrojó al cesto de la basura. Para alguien como yo, que siempre tuve una buena relación con la mía, me dejó helado. Tuvo que pasar un semestre para que hablara de ella. “Es igual de criminal que mi padre porque sabía lo que ocurría y no sólo lo ocultó sino que además cuando yo dejé de hablarle a él, casi cuatro años sin dirigirle la palabra viviendo bajo el mismo techo, hasta que me fui de su casa, su solidaridad fue con el esposo, no conmigo. Así que terminé no hablándole tampoco a ella. ¿O de dónde o cuándo creés que apareció mi amor por los títeres? Ellos fueron mi refugio y por eso ahora los utilizo para trabajar con los niños, porque sé lo que es estar sola. Así que cuando una niña rompe un títere que es papá, sé lo que expresa. Por eso hay algunos colgados en la pared frente a nuestra cama, porque yo dormía con ellos. Todas las noches. Durante años. En silencio.” Así que me dije ya habrán más oportunidades de hacerla hablar aunque no pretendo que pasen años, no, voy a hacer lo posible para que me diga qué sabe de María que yo no, y probablemente Antonio tampoco, un no sé qué me dice que es así. Al fin y al cabo, también la convivencia me ha enseñado algunos truquillos para favorecer que hable. La convivencia y más de veinte años de hacer preguntas a cualquiera.
La sala donde se velaba el cuerpo de María estaba atestada de gente y mucha había en las afueras. Justamente, antes de entrar a la funeraria tuve una sorpresa más a las acumuladas desde la madrugada de ayer. Estaba fumando, sola, la hermana mayor de Antonio, de manera que me acerqué a saludarla. Me dio la mano, con la misma cara avinagrada de siempre, y casi de inmediato le pregunté cómo se hallaba su hermano.
- Mal, muy mal, no sé por qué tanto si se libró de esa mujer. Ojalá me hubiera hecho caso de no casarse con ella.
- Pues, respondí para contener las ganas de darle un golpe, yo los conozco desde hace años y siempre los vi muy bien.
- ¿Bien? Ella en vez de estudiar medicina debió ser actriz.
Cuando me di cuenta que mi mano derecha se cerraba, opté por prender yo también un cigarro.
- Bueno, hay ocasiones en que todos nos equivocamos al juzgar a alguien y la vida nos depara sorpresas, ya sea porque pensamos bien y es un canalla o al revés, creemos que una persona es mala y resulta que no.
- Mire, yo no ando con vueltas para decir lo que pienso. Usted parece un poco ingenuo, pese a su edad. ¿Nunca se preguntó por qué en el departamento de ellos hay tantas plantas?
- Nunca me lo pregunté porque María me lo explicó, le encantan. Le encantaban, debería decir, lamentablemente.
- ¡Por favor! Vaya y cuéntelas, va a ver que hay 39 macetas. Y yo sé muy bien cuando ponía una nueva y por qué lo hacía.
- ¿Por qué?
- Pregúnteselo al desconsolado, él también debe saberlo.
En ese momento pisé el cigarro y me fui. Muchas veces he conocido cuñadas que detestan a la esposa de su hermano o a la inversa, pero esta bruja, así decidí bautizarla para siempre, no tenía piedad para hablar mal ni siquiera en un velorio. Por supuesto no pensaba preguntarle nada de eso a Antonio, pero confieso que me dejó intrigado. Primero porque evidentemente se había tomado desde quién sabe cuánto tiempo atrás la molestia de contar las macetas, algo que a mí no se me hubiera cruzado por la cabeza. Ni siquiera en mi casa, así como los admiro por su belleza y por el entusiasmo que tiene para hacerlos, ni idea tengo de cuántos títeres tiene Mónica. Segundo porque ella sabía que aparecía alguna nueva cada tanto por lo que quizás sería una ocasión especial, pero si era especial para María y Antonio, ¿entonces no sólo qué carajos le importaba sino que además por qué le molestaba tanto? Por celos, supuse, con un carácter así la pobre infeliz no debe celebrar ni su cumpleaños.
Mónica se veía hermosa. Llevaba un vestido negro ajustado al cuerpo, apenas escotado, y una pequeña flor, blanca, abrochada a su lado izquierdo, a la altura del corazón. Sabía por qué. Muchas veces habamos de cómo la muerte y la vida van casi siempre tomadas de la mano y que cuando la gente va a un velorio le nace instintivamente reafirmarse en la vida. Cuando apenas nos habíamos conocido me preguntó por qué elegí el área cultural y le dije que lo primero que el hombre creó fue arte, seguramente música. Las armas vinieron después, pero alguno o alguna habrá descubierto que golpeando piedras o trozos de materiales distintos lograba sonidos que se podían armonizar. Y como yo me juego por la vida, elegí la cultura, agregué, tras lo cual recibí un beso.
Mónica hablaba con la madre de Antonio, a la que alguna vez habíamos visto, también vestida de negro. En cambio, a él no lo vi. Pensé si no proponerle que durmiera algunas noches en nuestro departamento. Yo sé, bien lo sé, que las noches son especiales y me imaginé que si la ausencia de María provocaría que se sintiera solo, la oscuridad iba a ser la peor compañía de la soledad. Además, si padecía de insomnio, tendría compañía garantizada. E incluso hasta ajedrez, que a los dos nos gusta mucho. Aunque quizás vernos a Mónica y a mí juntos podía producir un efecto poco recomendable, darse cuenta que él ya no tendrá compañía, al menos por mucho tiempo.
Pero más que esa duda tenía un profundo malestar después de que hablé con el comandante Carrasco. Fuera como fuera o por qué fuera y al margen de que le haya costado la vida, María había engañado a Antonio. Quizás tampoco esa noche haya sido la primera vez. No soy un mojigato y sé que mucha gente lo hace pero a mí no sólo no me nace sino que no creo poder tener la capacidad de mentirle a alguien que quiero, y menos en algo tan fundamental. Si uno dice que tomó una copa y en realidad tomó dos, vaya y pase, pero volver a casa después de haber tenido sexo con otra mujer y saludar a Mónica como si viniera del boliche, no me va. Además que aquella, con lo despierta y rápida que es, me descubriría en dos minutos. Nunca, hasta ahora, se me ocurrió pensar que ella pueda cuernearme a mí. Hasta hoy, en realidad, porque ¿qué quiso decir con esa frase “era de las mías”?


VI
Debo cambiar de actitud. Los últimos tres días han sido de los peores que pasé en mi vida, a tal punto que he perdido concentración en el trabajo y tuve que pedir disculpas porque en una página repetí varias palabras en los títulos. Es que me atosigan permanentemente dos ideas contradictorias: una es que Mónica me ha engañado con uno o varios hombres y otra que eso es un disparate. La noche después del velorio, cuando le conté lo que me había dicho Carrasco sobre las características físicas del asesino de María y le pregunté si había visto a alguien así en el edificio o en la zona, tuvo dos reacciones que no entendí. Primero, una sonrisa pícara que sabe me gusta mucho, contestó “si hubiera visto a ese gigante me lo habría quedado”. Frase que en otro momento podría haberla tomada por cómica, pero la sentí como una revelación. Porque además pensé que de lo que hablábamos no tenía nada de gracioso. Y después de unos minutos, no supe por qué, empezó a insultar, otra vez en uruguayo, a alguien evidentemente hombre, hasta que dijo necesito calmarme y pensar, por favor no me hablés por un rato. De ahí no la pude sacar. También esa noche, en parte de mis tres horas de insomnio me dediqué a revisar, hurgar mejor dicho, sus cosas. Miré cada uno de los papeles de todo tipo que tiene sobre su escritorio y además abrí los cajones y también estudié detenidamente cada fólder. Nada, como era previsible. Mónica no tiene un sólo pelo de tonta y no iba a dejar a mi alcance algún regalo, un escrito o algo revelador de un romance o de una aventura. Además de no encontrar algo sospechoso, me invadió vergüenza por lo que había hecho, la de María y yo siempre fue una relación excelente y no hay ninguna que funcione si hay desconfianza, lo que estaba mostrando. En esas tres horas, cuando no hice eso, traté de recordar situaciones en las que pudo haberme dicho que hacía tal o cual cosa y en realidad estaba en un hotel garage o en el departamento de algún tipo con el que se acostaba. Encontré muchas, aunque como permanentemente también asomaba la idea de que es una estupidez de mi parte, varias las deseché de inmediato. Hubo dos de los últimos meses, sin embargo, que recordé en especial porque ambas tuvieron la misma característica, que al llegar al departamento de inmediato fue a bañarse. Una volvió de una reunión de padres y otra del personal de la institución para niños en que trabaja. Al menos eso me dijo. Y una parte de esa noche y también de las dos siguientes me dediqué a mirarla mientras duerme. A admirarla, debí decir, porque no hay vez que la vea que no me parezca hermosa. Anoche me estremecí por la anécdota que recordé. Hace unos seis años, quizás siete, cenamos con una de sus compañeras de trabajo y su esposo, al cual la mujer en un tono muy cariñoso le decía “papito”. Cuando se fueron, Mónica dijo que eso le parecía más que cariñoso una estupidez porque reflejaba la dependencia que tenía de él, y agregó “en mi caso, si algún día te lo digo, enterate que estoy en los preparativos de mandarte al carajo”. Sé cuales cosas le gustan de mí, varias veces me las ha dicho, y también cuales no, y alguna que otra logré cambiar. Pero cuando me enteré de la historia de su familia me pregunté si fue pura casualidad que se enganchara conmigo que le llevo tantos años que casi casi podría ser su padre, ése al que mató no hablándole durante tanto tiempo; o en realidad estaba buscando un hombre pero también un sustituto del suyo. Porque además, algunas de mis características le enganchan justito en lo que no tuvo. No doy órdenes, sé escuchar, la consiento mucho, comparto todas sus cosas y me ocupo y me preocupo por ella. Mis hijas, como era previsible, demoraron en aceptar que tenía una nueva relación aunque cuando la conocieron Mónica se las engulló, literalmente, la adoran. Y a veces, cuando terminábamos de ver a una o a las dos, la uruguayita decía “ahora voy a habar en mexicano, que padre padre que eres, ojalá yo hubiera tenido uno así”. De manera que la pregunta es si ya se curó y no me necesita en ese papel, por lo cual no tendría nada de extraño que le atrajese un hombre más joven, en todos los sentidos de la palabra. Tiene que haber pasado, una o varias veces. A lo mejor incluso ahora tiene un amante, casual o permanente, y yo ni me entero. Si no fuera así, ¿por qué ese “era de las mías”? Ella debió saber de las aventuras de María y por eso la identificación entre ambas, a lo mejor hasta se contaban cada una sus ligues y además muertas de risa de las caras de estúpidos que nos veían a Antonio y a mí. ¿Qué hora es? Las 4:30, en un rato ya puedo cerrar los ojos de nuevo. Pero lo que no puedo es seguir así. Yo, que jamás grito, ayer me estrené con un subordinado que me miró con cara de espanto, supongo que no por lo que le dije sino porque jamás, ni él ni ninguno de la sección, me había escuchado ese tono. ¿Qué hago? ¿Sigo pasando por estúpido y que continúe engañándome, la vigilo o la hago vigilar a ver si descubro algo, se lo pregunto? Sea lo que sea que decida, mañana, hoy, más tarde, tengo que volver a la normalidad


VII
¿Se acuerda, don Pablo, que le dije que ese cabrón no sabe a quién se enfrenta? Pues pa´ que vea, va mejor la investigación de lo que usted creía. No sólo deseché al esposo de María como sospechoso porque por mejor actor que sea no podía haberla matado y llorar así, sino que además los dos cabellos que hallamos en la cama nos permitieron identificar un ADN que no es suyo. Eso, como sabrá, no conduce a la detención de nadie, sólo va a servir para comparar a cuanto sospechoso tengamos. Pero el detalle importante es que me acerqué al velorio, en el cual no lo vi a usted, pero sí a su mujer, a la que tuve cuidado de no hablarle, y le pedí al marido que por favor me pasara las direcciones telefónicas de su mujer. ¿Y sabe en qué hubo suerte? En que no tenía agenda... más que en su celular. Así que de su aparato salieron las llamadas que hizo y recibió ese día. De los cuatro hombres que la llamaron no sabemos nada y de los dos que llamó ella uno era su marido y el otro su hermano. Así que estamos trabajando sobre esos cinco porque ya le dije que descartamos al marido. De los cuales ya creo que sé quién es, pero de eso no le voy a decir nada así que ni se gaste en preguntar, primero porque con el asesino pudo haber hablado antes de ese día, así que la lista sigue abierta, pero por sobre todo porque si le digo algo más se puede chingar la investigación. De manera que quédese con lo que le dije y en ambos sentidos, que más no le voy a decir y que me voy a enfurecer si sé que esta conversación salió de usted. Y créame, tengo fama de que no conviene me enfurezca.
Me imaginé de dónde le venía la fama. Cuando pregunté a la gente de Policía del periódico me dijo uno que Carrasco “es un hombre perfecto: es un auténtico animal pero no sabes cuán inteligente”. Al comandante no se lo mencioné pero ya había pensado que quizás entre quienes se debía buscar primero era en sus médicos compañeros de trabajo en el hospital, son famosas las historias de aventuras entre ellos e incluso con enfermeras. Yo no me iba a poner en papel de policía. Ya bastante con lo que hacía, seguir a Mónica. Que no me salió como esperaba, qué va, hice el ridículo más grande de mi existencia. Porque la vi salir del Instituto exactamente a la hora en que termina su trabajo, cargando como siempre el bolsito con sus títeres y un hombre que la llevaba abrazada, o bueno, pasándole uno de los brazos por sus hombros. Ahora van a ver, pensé, así que los alcancé y dije un fuerte “¡Mónica!”, que los hizo detener y dar vuelta. Mi mujer no paraba de dar saltitos y de abrazarme mientras decía “¡qué linda sorpresa que me hayas venido a buscar, eres un amor!” y yo dudaba entre si me tomaba el pelo y disimulaba o efectivamente era un gusto, porque muy rara vez lo hice. Y para rematarla me presentó al hombre, un tal Gustavo Rascón, que dijo su nombre con una clarísima voz de homosexual. Me sentí el más estúpido de los seres humanos. Como Cultura es una de las secciones que más temprano cierra, tengo horarios de trabajo muy cómodos y nada que ver con quedarse hasta la madrugada en el periódico como les pasa a los demás, salvo que muera algún actor, escritor o músico muy famoso, aunque ni aún así porque en el caso de los mayores de sesenta años sus biografías ya están preparadas.. Así que nos fuimos a cenar, elegí un restaurante que le gusta mucho y antes de sentarme fui al baño. Quería lavarme la cara. Supe de muchas mujeres que una de las primeras cosas que hacen después de haber sido violadas, es bañarse, con interpretaciones más que obvias del hecho. A mí, en ese momento, me hubiera venido bien poder hacerlo. La sensación de mugre que tenía de mí mismo era horrible. Así que resolví que me comportaría decentemente y abandonaría la historia de seguirla, aunque lo que no tenía nada claro era cómo me iban a abandonar a mí las dudas sobre la fidelidad de Mónica. Y volví a meter la pata, porque resolví hablarlo
- Mónica, en el tiempo que llevamos juntos, ¿te ha atraído algún hombre?
- Pues sí, varias veces.
- ¿Y qué hiciste?
- ¿A qué viene esa pregunta?
- A nada, quiero saber qué hiciste.
- Mirá, te conozco de memoria, nuca fuiste celoso así que no sé el porqué de todo esto, no me arruinés la alegría de que hayas ido por mí.
- No quiero arruinarte nada –dije mientras me daba cuenta que empezaba a molestarme-, pero...
- ¿Pero qué? Pablo, ¿qué mierda te pasa?
Y fue entonces que no pude más. Entre la sensación de mugre, la del ridículo que hice en estos días, los nervios, la angustia por saber si Mónica me era infiel, saber que María lo era con Antonio y la desesperación de ese pobre hombre, terminé derrumbándome. Tomé la cabeza entre mis manos y oculté los ojos, no quería mirarla, me daba vergüenza. Tampoco sabía qué decir. Ella sí, pidió la cuenta, pagó y dijo nos vamos, en casa estaremos mejor, vení huevón, que si no te componés me vas a hacer parecer tu mamá.



VIII
Te voy a contar algo de María que nunca te conté porque no debía ni podía, y vas a entender todo. Vos no sos el único que sabe en México como fueron mis padres. Hace como un año me llamó mi madre por teléfono. Que no sé de dónde lo sacó, yo nunca se lo di. A lo mejor recurrió a influencias y lo consiguió en el Consulado. Estaba llorosa y a toda velocidad, supongo que para evitar que le cortara, dijo que mi padre estaba muy grave, muriéndose, y que por favor le hablara, que yo era el gran pesar de su vida. Fue lo peor que pudo haber dicho. Si me hubiera contado que estaba muy arrepentido de lo que hizo puede ser que me inspirara otro sentimiento, pero no, para ese miserable su único pesar era yo. Entonces le dije que sí, que me lo pasara, y ella empezó con no sé cuántas gracias y mi amor y palabras parecidas. Y cuando aquél dijo hija querida, ¿sabés qué le dije?, andá a la puta madre que te parió, y colgué. ¡Quién sabe cuántos por su culpa no le pudieron volver a decir hijo o querido a sus hijos! Vos estabas en Manzanillo, en el encuentro de poetas, y cuando volviste, dos días después, yo ya lo había digerido y no te lo conté, no quería sobrecargarte con las cosas de lo que alguna vez fue mi familia. A digerirlo lo primero que me ayudó fue un tequila, que me bajé de un envión, ¿y sabés quién más?, María, que estaba aquí charlando conmigo y hasta el mate le hice probar ese día. Claro, como me escuchó la mujer tenía los ojos del tamaño de platos, así que sólo me preguntó si estaba muy enojada con el amigo que me había llamado, y cuando le dije que era mi padre casi se desmaya. Entonces le conté todo, con pelos y señales, como aquella mañana que me enteré quién había sido, que volví a casa y le pregunté si era cierto, porque yo no lo creía posible, y su respuesta fue “a las hiedras venenosas hay que triturarlas”. Así, tal cual. Imaginate a mí, con catorce años, escuchando eso. Me senté, porque no podía tenerme en pie, y como vio que estaba a punto de llorar, me preguntó por qué quería saberlo. Le dije lo que me contó mi compañera y dijo “ah, ése, bien merecido se lo tenía, como todos”. La historia es un poco macabra así que a ti te la conté dulcificada, te dije que dejé de hablarle, en realidad estuve tres días sin poder hablar con nadie. No era que no me saliesen las palabras, no, es que me daba vergüenza abrir la boca. Y cuando pude hacerlo, no lo hice con él, nunca más. Hasta esa tarde que llamó su cómplice. Entonces, seguramente porque vos no estabas y necesitaba hablarlo, se lo conté a María. Todo. Yo, se podría decir, en aquel entonces ya no era una niña, que sí lo era en muchas cosas, pero en cualquier caso saber la historia de ese tipo me destruyó la infancia. Y muchas cosas más. ¿O de dónde creés que viene mi historia del no a los gurises? Con lo que me contaste antes, que me enojó, en algo tenés razón, y es que con todo lo que me enamoré de vos, con todo lo que me gustó violarte, vamos, no hagas caras que casi te violé yo a vos, con lo mucho que he vivido tan bien estos años juntos, con todo, también en algo y a veces ocupás su lugar, el que él dejó de tener desde ese día. ¿O qué suponías, que no lo hablé con mi psicóloga en los cinco años que fui? Vamos, pirulito, no te hagás. Además, una vez al menos te lo dije, que yo a tus hijas les tengo envidia, a lo mejor no te avivaste pero venía por ahí. Medio lentón, mi hombre. O sea que todo eso y mucho más le conté a María aquella tarde. Cuando terminé, después de como una hora de hablar seguido, sólo interrumpiéndome cuando tomaba mate y algún que otro tequila, ella no paraba de llorar. Yo, que también como vos a veces soy medio boluda, creí que era por mí así que me senté a su lado y le dije varias cosas, como que era ya historia antigua, que sólo se lo conté porque me nació hacerlo, que era algo ya superado por mí y varias más por el estilo. Cuando un poquito paró, porque seguía con algún que otro llanto y con convulsiones, ¿qué creés que me dijo? Que a ella también su padre le había destruido la infancia. ¡En eso era de las mías, pelotudo! No sé si se puede calificar la calidad de víctima ni sé qué fue peor, si mi padre que asesinaba gente o el suyo que la violó cuando apenas empezaba a dejar las muñecas. Supongo que ella sufrió más, porque imagino que no es lo mismo tener vergüenza de ser la hija de un torturador que sentirse sucia y con culpa, ante su madre y ante todos. Sobre nuestras historias, María y yo teníamos varias diferencias, aunque me parece que hay tres que son las más importantes: una es que ella nunca lo superó, yo creo que sí, aunque no sea del todo. Otra, que ella no te tuvo a vos, sólo hay alguien mejor que vos, yo. Y la tercera es la más dolorosa, su revancha, que fueron los hombres. Se acostaba con uno una o dos veces y los mandaba al carajo, para que sufrieran. Yo estoy acá sentada hablando con vos sólo por dos razones, una es que te quiero mucho y la otra es que tuviste la valentía de decirme lo que te pasaba. Y aunque me enojé no puedo negar que las circunstancias se dieron tan coincidentes como para que pensaras que yo podría engañarte. ¡Pedazo de huevón! Cuando a mí me atraía un tipo, ¿querés saber en qué pensaba? En vos. Y se acababa. Pero María tenía una lucha interna de los mil demonios y por eso lo de las plantas, esa cabrona de su cuñada no entendió un pepino, cada una no era por un tipo con el que se hubiera acostado, ¡no!, era porque daba un paso más para terminar con esa historia. Tanto le costaba que esa era su forma de consentirse, de felicitarse, de decirse voy mejor. Ya estaba decidida a terminar, supongo que el que la mató iba a ser el último y la última vez, seguro que por eso la estranguló, porque sabés cuál iba a ser el final, cuando quedara embarazada de Antonio, al que adoraba. Porque a él se ve que no le nace lo de tener hijos, no sé bien por qué, pero para ella crear una familia era también poder enterrar a la que tuvo, en la que por lo que me contó ese día son a cual peor cada uno. No, nunca supe el nombre de alguno porque no hacía ningún comentario, si hasta eso, lo vivía con vergüenza, y si supiera quién fue el que vino esa noche te aseguro que no se lo diría al panzón comandante, lo hubiera liquidado yo misma. ¿Y sabés por qué puteaba tanto la noche en que me contaste lo que te dijo Carrasco? Porque sí sé de alguien así, pero no pretendás que abra la boca, no voy a ensuciar a alguien sin tener pruebas. Pero al panzón sí se lo dije, que lo investigara.

IX
Una semana después de aquella conversación con Mónica, todo entre nosotros había vuelto a la normalidad. Excepto, claro, el dolor por el crimen y verlo a Antonio muy mal. Él optó por refugiarse en su trabajo, hablaba poco y varias veces tomamos café juntos. Yo, más que irrumpir en su departamento, lo que hacía era llamarlo por teléfono. A veces desde mi casa, otras cuando estaba en el trabajo. Hoy, cuando lo llamé, su secretaria me dijo que hablaba por su celular y a lo mejor porque supo lo apoyaba en lo que podía me dijo que era con el comandante Carrasco. Ah, caray, pensé, no sería raro hubiera alguna novedad. Corté la comunicación y dudé qué hacer, si volverlo a llamar a él o mejor al policía. Opté por esto último, porque si hablaba después con Antonio ya tendría las mismas noticias. Si es que las había.
Hola, ¿cómo está?, parece que usted y yo coincidimos a cada rato porque también ahora estaba por llamarlo. Pues sí, ya tenemos al que mató a la señora Castaño. ¿Qué cree?, es tan grandote como supuse, un auténtico armario. O sea que hacerlo hablar costó más que con los que son chaparros. Usted hace buenas deducciones, el tipo es médico. No, no le voy a dar el nombre, al rato, cuando se emita el boletín de prensa, lo tendrá la gente de su periódico. A la señora, lamentablemente, y fue por respeto a su esposo y porque el caso parecía no merecerlo, no le hicimos autopsia, si la hubiéramos hecho nos habríamos enterado que el tipo la drogó, le dio ésa que en Estados Unidos llaman “la droga de la violación”, Ketamina, porque adormece a las mujeres y las predispone al sexo, por eso creímos que no hubo forzamiento. Es algo complicado de definir porque violación sí es pero al mismo tiempo la mujer se presta, aunque drogada, claro. Como no había restos de vino en los vasos, tampoco hubo qué analizar para ver si habían tomado algo más. En fin, circunstancias que nos jugaron en contra. ¿Qué por qué la mató? Según confesó, ya sabe, después de varias horas de como decimos en los boletines, interrogatorio intenso, porque le comentó que su esposo esa tarde le dijo que sí se embarazara y que entonces él perdió el control, se enfureció, las cosas que siempre dicen estos cabrones para justificarse. Con quien no sé cómo se va a justificar es ante su familia. No, no es eso, no es que esté casado, que si lo está, es que es el hermano de ella,

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